Se calcula que solo la mitad de las empresas llegan a los ocho años, y solo una de cada cuatro cumple 25. Muy pocas alcanzan a las bodas de oro, y solo un puñado pueden decir que llegan a los 150. Entre ellas está Rubine e Hijos la consignataria más antigua de la ciudad. Proclama orgullosa en su entrada que se fundó en 1876, pero, según una investigación de Elvira Lindoso y Margarita Vilar, de la Universidade da Coruña, esta sociedad es heredera de una empresa más antigua, Rubine y Salorio, fundada en 1871.

Luis del Moral, con documentación de la empresa.

Luis del Moral, con documentación de la empresa. Víctor Echave

La saga comienza con Fernando Rubine, nacido a inicios del siglo XIX en A Coruña en una “modesta familia de comerciantes”. Durante sus primeros años se interesó por la literatura y el periodismo, pero en 1849 empezó a trabajar como dependiente en la fábrica de vidrios La Coruñesa y pasó a participar en los negocios de su familia política, los López Ceballos. No tardó mucho en establecerse por su cuenta, como industrial, comerciante y financiero, y llegó a ser uno de los grandes nombres de la empresa coruñesa decimonónica, además de concejal y diputado.

Documentación de Hijos de Rubine en la 2º República. | // VÍCTOR ECHAVE

En 1871 constituyó Rubine y Salorio para integrar a su yerno Demetrio Salorio, y en 1876 Rubine e Hijos para que participase un segundo hijo político, Félix Rodríguez. Esta empresa sería la definitiva. A finales de 1885 sumaba un activo de más de un millón de pesetas de la época, y en 1930, este ya era de millón y medio.

Muy ligada a Cuba, la sociedad tocó muchos palos a lo largo de su historia: comercio de artículos americanos, refinado de azúcar, fábricas de muelles, muebles, clavos y chocolate (estas dos últimas en la actual avenida de Rubine), así como espectáculos, y, por supuesto, negocios marítimos. Tras la muerte del patriarca y de Demetrio Salorio, la viuda de este, Joaquina Rubine, se centró en la banca y la consignación, actividad esta que se mantiene hasta hoy.

Papelería de la fábrica de chocolates de Rubine. Enrique Carballo

Y luego, bien entrado el siglo XX, la gestión pasó al apellido del Moral, también por vinculación familiar. “En la empresa entró mi padre porque era cuñado de un Salorio” recuerda Luis del Moral, el actual director de la firma “y yo empecé a trabajar en 1989 porque me dijo que le echase una mano”.

En 1995 su padre se jubiló, y Luis del Moral se hizo cargo de la empresa para resucitarla. “Mis hermanos querían cerrarla, porque no tenía mucha actividad, pero yo decía que era una pena que fuésemos nosotros los que cerrásemos una empresa de más de cien años” rememora.

Así que se puso manos a la obra. “Me fui a ver a las compañías, Los clientes conocen a Rubine e Hijos, eso te abre unas puertas, pero es fundamental que te conozcan y que demuestres que lo que dices que vas a hacer, lo vas a hacer” explica. “Dio muchísimo trabajo, y sigue dándolo” reconoce, porque llevar el timón de una empresa más que centenaria “te da responsabilidades que no tienes si empiezas de cero”.

Énfasis en lo personal

El secreto de que la empresa funcione, explica del Moral, reside en las personas, tanto en las de dentro como las de fuera. “El contacto personal con los clientes lo hace todo”, reflexiona, “y aunque cada vez todo sea más telemático, hay que tenerlo. Es una de nuestras bazas”. La otra es el personal: “El éxito de la empresa es saberte rodear de buenos trabajadores, que crean en tu ilusión”.

Y, para los gestores, hay que trabajar. “Las empresas son como un barco, hay que estar empujando mucho tiempo para empezarlo a mover, sobre todo si es muy grande. Conseguir que se mueva es cuestión de horas, horas, trabajo, trabajo, y seguir empujando cuando ves que se está moviendo”. Y cuando coge velocidad “tampoco te puedes despistar”.

Estas lecciones se han puesto a prueba con el coronavirus, que puso un impasse de año y medio a la llegada de cruceros, principal fuente de ingresos de Rubine e Hijos. Pero consiguieron mantener a los empleados y “estamos otra vez empezando a salir. Hay que ser cautos, ir pasito a pasito”. Hacia los 200 años.