José Manuel Liaño Flores dejó la judicatura por amor. En concreto, por amor a la abogacía, su verdadera vocación. Se calzó la toga hace 76 años y todavía no ve el momento de colgarla definitivamente. “Seguiré mientras el destino no disponga otra cosa”, resume él. Liaño Flores afronta los 100 años de vida, que cumplirá este lunes, con la misma energía y perspectivas con las que encaró los 99. En estas diez décadas lo ha sido todo y ha visto de todo, pero si se tiene que definir de alguna manera, elige la que ha sido, sin lugar a dudas, la profesión de su vida.

“Yo soy abogado, abogado, abogado”. No hay lugar a réplica, echando una mirada rápida a su despacho de la calle Fontán, anegado de papeles, diplomas enmarcados, estanterías rebosantes de tomos de Aranzadi, códigos, textos legales y, sobre todo, fotografías. Imágenes que dan testimonio de toda una vida, en las que un joven Liaño Flores inaugura la avenida del Ejército junto a los recién coronados Juan Carlos y Sofía. Otras le retratan, engalanado con la prenda negra y los vuelillos blancos en los puños, junto a colegas del oficio. En las más recientes del conjunto, para las que reserva un lugar de honor, sonríe a cámara junto a sus hijos y nietos. Quien fuera alcalde de la ciudad entre 1976 y 1979 guarda, en su haber, dos auténticos récords. “Tengo que mirar en el libro Guinness si son récords del mundo. Yo creo que es posible”, señala.

Por un lado, ostenta el de abogado en activo de más larga trayectoria. Por otra, el pleito más largo que se haya librado en los tribunales. Duró 50 años, desde 1950 hasta el año 2000, y Liaño Flores, letrado de una de las partes que se disputaban una herencia, sobrevivió a todos los implicados. Cuando finalmente ganó, fue el único que quedó para celebrarlo. “Todos los abogados contrarios, que reclamaban lo mismo, procuradores, testigos o jueces, por circunstancias de la vida, fueron muriendo. Cuando salió la sentencia, solo quedaba uno: yo”, relata.

De anécdotas similares está llena toda una vida de dedicación a la profesión de sus amores. Los escuetos tres que ostentó el bastón de mando de la ciudad, no obstante, no se quedan atrás. De su etapa en el Ayuntamiento de A Coruña destaca dos legados fundamentales. “El agua y el aire”, o lo que es lo mismo, la presa de Cecebre y el parque de Santa Margarita, en el que su impronta quedará para los restos, y no solo por haber sido el impulsor del proyecto.

El artesano encargado de la obra de cantería del parque se ocupó de que así fuera dejando un “regalo” en uno de los brazos del cruceiro que lo adorna. Junto a las efigies de Santa Margarita, el Apóstol Santiago y la Virgen del Rosario, se erige un San Benito de facciones peculiares. “Como muestra de agradecimiento, el cantero le puso mi cara a San Benito. Ahí estoy yo, vestido de fraile”, asegura. Aunque agradece la cortesía, es implacable en su valoración. “Horrible”, ríe.

Un sinfín de vivencias que tiene guardadas a buen recaudo, y de las que fue levantando rigurosa acta notarial en agendas que rellena desde sus años de universitario. “Calculo que tendré unas 80 agendas”, estima, aunque admite, no obstante, que no ha llegado el momento de pasar a limpio esos apuntes. “Las memorias las dejo para el día de mañana, cuando esté tranquilo y deje definitivamente la actividad. Ahí sí que podré dedicarme a escribir, porque tengo material” , corrobora.

Material, desde luego, hay. Pocas cosas quedan que no haya visto. Nació en el año de la masacre de Annual, y en el que el emperador Hirohito subió al trono. Pocos meses antes de su nacimiento, Adolf Hitler se convertía en el líder del nacionalsocialismo alemán, y solo uno después, dos canadienses, Banting y Best, descubrían una fórmula mágica que sigue salvando vidas hoy, la insulina. Ha visto dos guerras y hasta una pandemia. De ese mundo de antes que hoy nos cuesta imaginar quedan pocos testigos, y Liaño Flores es, sin duda, uno privilegiado.

Desde el día en que nació y hasta hoy, han pasado por María Pita 42 alcaldes, entre los que él mismo se cuenta, que han ido conformando, mejor o peor, a su modo y manera, la ciudad en la que vive, que, asegura, no cambia por nada. “Tiene mucho cemento, le falta zona verde. Podría ser una gran ciudad: tiene mar, tiene una historia que no debemos olvidar. Tiene la Torre de Hércules, que es una pieza de la historia de la humanidad. Hay detalles susceptibles de mejora, pero eso se irá consiguiendo con tiempo y dinero”, propone. El paso del tiempo, como lo que deja atrás, no le preocupa. “Vivo el día a día. En cambio, son los demás, o viejos o jóvenes, los que preguntan sobre el pasado, ya desaparecido”.