La Sección Primera de la Audiencia de Madrid juzgó ayer al escultor coruñés Enrique Tenreiro, acusado de pintar en 2018 una paloma roja en la tumba de Francisco Franco en la basílica del Valle de los Caídos, acompañada por la frase “por la libertad”. El artista no negó los hechos, pero defendió que el acto fue una performance artística “por la reconciliación y por la libertad” de los españoles, en la que usó pintura lavable para no causar daños y que realizó en apenas diez segundos porque vio que empezaba una misa y no quería interrumpirla. El fotógrafo Pedro Armestre, amigo suyo, grabó el acto para difundirlo.

La Fiscalía considera que el acto es un delito contra la libertad de conciencia, y pide un año de cárcel y una indemnización para Patrimonio Nacional de 833 euros. La acusación particular (que ejerce la Asociación para la Defensa del Valle de los Caídos) añade a esta acusación la de profanación de tumba, y solicita dos años y cinco meses de prisión. El caso quedó visto para sentencia.

En su declaración, Tenreiro admitió que llegó al templo a las 10.00 horas del 31 de octubre de 2018, pero incidió en que intentó causar el menor daño posible. Así, esperó que se marchase de la tumba un hombre corpulento con la mano alzada que estaba homenajeando al antiguo dictador, y que no escribió la segunda frase de la frase que tenía preparada “por la reconciliación” porque en ese momento salían unos sacerdotes a oficiar misa.

Tenreiro señaló que “jamás interrumpiría” este acto religioso, pues asistió a colegios religiosos y respeta a los curas y a la Iglesia. Si hubiese querido estorbar el ritual, afirmó, podría haber realizado el acto en mitad del mismo.

Pero el fiscal considera que la misa ya había empezado, con lo que el acto “vulneró el derecho a la libertad religiosa” y no puede englobarse en el derecho a la libertad de expresión. El prior del Valle, Santiago Cantera, que acudió como testigo, señaló que el acto de Tenreiro obligó a detener la procesión previa a la misa de las 11.00 horas, con lo que “propiamente sí se había iniciado el rito”. Sin embargo, puntualizó que el altercado fue “muy rápido” y que la misa se hizo “al cabo de unos minutos”.

Tenreiro también defendió que empleó pintura (que introdujo en una botella de plástico) que fuese “lo más limpiable posible” y que se aseguró al comprarla de que se iría simplemente con agua “porque no quería hacer daño a la lápida”. El objetivo de la acción, explicó, fue denunciar que en un antiguo dictador tuviese un “mausoleo” en un lugar dedicado a los caídos en una guerra en la que no falleció. En su última palabra, lamentó “haber tenido que pintar en una lápida”, pero señaló que no se arrepiente pues lo hizo “para denunciar un anacronismo”, pues es “la lápida de un dictador que descansa en un mauseleo, tras 40 años de democracia”.

“¿Es lícito tener enterrado a un dictador que quitó la libertad a varias generaciones y que contribuyó a causar una guerra? Me parecía que esa tumba estaba fuera de lugar”, legó el artista.