Enrique Piñeyro combina su pasión y sus profesiones para ofrecer un espectáculo inédito en A Coruña. El actor, director, médico y piloto de avión argentino presenta Volar es humano, aterrizar es divino en el teatro Colón este viernes a las 20.30 horas. El monólogo contará en el escenario con una réplica de una cabina de avión real y representa un accidente real de un avión de la aerolínea colombiana Avianca que se estrelló cerca de Nueva York en 1990.

Su espectáculo se llama Volar es humano, aterrizar es divino. ¿Qué significa este título?

Es una ironía sobre el temor injustificado que la gente tiene a volar. Los dos deseos inmemoriales del hombre eran volar y ser inmortal. En la cabina palpas la euforia de haber logrado un de ellos. En el lado de los pasajeros percibes angustia por no haberlo conseguido. Y toda esa tensión afloja al aterrizar cuando aplauden que el piloto sabe aterrizar.

¿Qué puede esperar el público de su espectáculo?

Se van a encontrar un simulador de vuelo a escala uno a uno con todos los efectos y una pantalla que simula la meteorología. Representamos un accidente de avión de Avianca en los años 90. Lo mostramos para dejar claro cómo en la aviación pasamos de ser reactivos a predictivos. La parte del humor cae sola. Tenemos naturalizado ir por la autopista y ver una señal de curva peligrosa. No deberían hacer curvas peligrosas, deberían hacer curvas seguras. Nadie aceptaría un cartel que ponga curva peligrosa en una pista de aterrizaje.

¿Por qué la gente tiene miedo a volar?

La industria cinematográfica tiene mucho que ver. El cine de catástrofes se hace con aviones y tiburones, que no matan a nadie. Y no se hace con cosas que matan a millones de personas. Las autoridades aeroportuarias tampoco ayudan en nada con esos cacheos carcelarios, ni tampoco los programas sobre catástrofes aéreas. Esos programas en sí mismos son una catástrofe.

¿Usted alguna vez tuvo miedo a volar?

Al revés. Siempre tuve un fuerte deseo de hacerlo. Desde los tres años jugaba con aviones y me quedaba horas en el aeropuerto mirando aviones. Tenía muy claros mis proyectos futuros. Si yo me encontrara ahora con mi yo de niño y me preguntara, le diría que me hice cargo de todo lo que me pidió. En mis juegos infantiles me figuraba el mundo en el que iba a vivir de adulto.

Ha trabajado como piloto, médico, chef, actor o director de cine. ¿Cuál es la más divertida de todas para usted?

Sin ninguna duda, volar aviones. De las demás podría tomarme varios años sabáticos, pero de esta no. A mí nunca me interesaron las carreras, siempre me interesaron los proyectos. Si el proyecto es volar un jet grande, hay que ser piloto de aerolínea. Y así fue.

¿Cómo llegó a ejercer las demás profesiones?

Con la medicina fue más emocional. El último día de clase de la escuela secundaria nos dejaron libres por una sanción y no pude ir al viaje de egresados. Terminé yendo al norte de la Argentina solo con una mochila. La realidad que vi ahí, las áreas reservadas para los pueblos nativos que habían sido desplazados, me hizo pensar que había que dedicarse a la medicina o a la educación. Empecé a estudiar medicina, pero ya en el segundo año estaba otra vez mirando aviones. Así terminé simultaneando las dos. Durante cinco años estuve volando en línea aérea y trabajando en el hospital. También, desde muy pequeño cocinaba. Ver la transformación de un huevo crudo en un huevo frito por efecto del calor fue una epifanía. Me quedé impactadísimo, parecía alquimia.

¿Le ha ocurrido alguna situación cómica dentro de la cabina?

Sí, una anécdota hace años. Con el avión vacío estábamos volando parábolas. Si uno pone una copa sobre el tablero de mandos, la copa queda flotando. Es lo que se hace en los vuelos que simulan la ingravidez. Era un avión bastante pequeño y solo había un tripulante en la cabina. En general, se asume que cuando el avión está vacío, las maniobras van a ser un poco más deportivas. No nos dimos cuenta de avisar. Después de un rato haciendo flotar la copa, miro hacia atrás y veo que sale la comisaria del baño a los gritos. La pobre estaba flotando igual que la copa. Obviamente fue sin ninguna intención, porque no lo hubiéramos hecho si lo supiéramos.