Tras 75 años acogiendo unas instalaciones de producción armamentística, y ser desalojado el concesionario Hércules de Armamento, los terrenos situados en Pedralonga, frente al núcleo de Palavea en A Coruña, buscan una segunda oportunidad para ser útiles. Su reuso se encuentra en manos de la Universidade da Coruña desde que en 2020 se formalizase una cesión por 25 años, prorrogables otros 25, con un canon anual de un cuarto de millón de euros. La institución académica se propone establecer un polo tecnológico y de innovación referente en el noroeste español, “la ciudad de las TIC”.

En el plan director de reforma del complejo se recogía que el primer edificio, el Centro de Formación Avanzada, se encontraría operativo en 2021, y que el resto del parque empresarial comenzaría a funcionar en 2022. Incluso se verbalizaron sueños de grandeza como el que “A Cidade das TIC desatascará A Coruña, unha iniciativa de desenvolvemento que liga coa economía azul e con outras fórmulas de éxito, en que o contacto entre investigadores, empresas e persoas usuarias deu e dá lugar á multiplicación do coñecemento, á mellora exponencial da forma e do tempo en que se desenvolven solucións tecnolóxicas de primeiro nivel”.

Desde entonces, las actuaciones sobre dicho ámbito se concretan en acciones desarticuladas, y hasta incoherentes. Por un lado, la reestructuración de una de las naves con destino al Centro de Servicios AvanzadosCSA—, que debería haberse iniciado, se encuentra inmersa en un procedimiento negociado para contratar a una nueva empresa. La adjudicataria inicial, única candidata en aquel concurso público, presentó su renuncia aduciendo motivos económicos. Por otro, la relegación a un segundo plano del proceso de rehabilitación de las naves y del propio ámbito, frente al ya resuelto concurso de proyectos para erigir un edificio de nueva planta, representativo de la Universidad.

A la par de este proceso, continúa imparable el desmantelamiento industrial del área metropolitana; la marcha de jóvenes en edad de producir a otros lugares, tras invertir en su formación; la caída de población; el engrosamiento de la pirámide demográfica invertida, con muchos viejos y pocos niños; o la desatención a la complementariedad de los centros productivos existentes en el territorio metropolitano.

En esta tesitura, cabe preguntarse si la puesta en marcha de la ciudad de las TIC en esta área territorial es una estrategia de intervención. O quizás, solo sea una ocurrencia más. Desde luego, su denominación confiere al lugar de una identidad y un significado concreto, y más en Galicia, en donde “hasta as pedras teñen nome e apelido”. Un nombre, ciudad, y un apellido, de las TIC, que suscitan la reflexión. El diccionario de la RAE define la palabra ciudad, en su primera acepción, como “el conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento, cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas”. Una definición que incorpora los tres significados del hecho urbano desde la Antigüedad: la forma física —urbs—, el gobierno y legislación —polis— y la ciudadanía y civilización —civitas—, a la vez que con al introducir el apellido se omiten, paradójicamente, las múltiples actividades que en ella se realizan. Una ausencia que revela la complejidad de los usos propios de lo urbano. En el siglo XX se crearon modelos funcionalistas de ciudad que respondían a actividades específicas. Así surgieron la ciudad escolar, la ciudad sanitaria, la ciudad de la justicia, la ciudad deportiva, la ciudad universitaria, la ciudad de la cultura, la ciudad de las artes y las ciencias, o la city o área de negocios. Modelos mayoritariamente ineficientes tanto en lo social como en lo económico. Insostenibles por su uso parcial, sometido a un horario que las vacía durante una gran parte del día, provocan una percepción de inseguridad en quienes transitan por ellas. La especialización de estos ámbitos, como el de las TIC, semeja poco eficaz. Precisa de otros usos, de naturaleza diversa, para que el recinto así definido adquiera la condición de ciudad. Una interrelación de usos que provoque sinergias, cuyos inciertos efectos confieran a la manufactura urbana su propio carácter imprevisible.

Aceptando esta cualidad, nos proponemos considerar la adecuación del lugar elegido para acoger a la ciudad de las TIC a través de tres aspectos: la urbanización, la movilidad, y la inserción en una red o sistema.

En cuanto al primero de ellos, conviene recordar que el proceso urbanizador, tal y como se contempla en la legislación vigente —ley del suelo de 2016—, ha de ejecutarse con anterioridad a la construcción o reforma de los edificios existentes, con el objeto de garantizar las conexiones a las infraestructuras tanto viarias, como de servicios urbanísticos. Un proceso cuya patente desatención conlleva múltiples problemas. Solo obsérvese lo sucedido en ámbitos incorporados recientemente al suelo urbano en A Coruña, como el denominado parque ofimático, o si lo prefieren el barrio de Xuxán. No se debe obviar el paralelismo entre uno y otro, para prever las consecuencias. Ubicar edificios en un área periférica y conectada deficientemente con el resto del territorio, como la de Pedralonga, sin un soporte infraestructural previo se acompaña de acciones no sostenibles e ineficientes, desde el punto de vista medioambiental.

En el caso del segundo, al observar los planos difundidos, se detectan las dimensiones considerables de las playas de aparcamiento para vehículos particulares. Un claro indicio de que como opción de movilidad se ha adoptado un modelo fundamentado en el transporte privado e individual, relegando las relaciones con el transporte público —autobús, ferrovía—, con los vehículos de movilidad personal (VMP), con las sendas peatonales, o con los drones. Una determinación que omite la intermodalidad como una respuesta apropiada a los nuevos modos de movilidad. Con ello, además, rehúye la creación de zonas de bajas emisiones minusvalorando el desafío de disminuir el CO2 producido. A estas propuestas se suma la falta de interés por introducir el contexto físico más próximo, al mantener un cierre perimetral que se pretende “hacer permeable”: en román paladino, abriendo puertas en un muro.

El tercer aspecto entrevé la necesidad de integrarse en una red, o sistema, como respuesta a las demandas del tejido industrial gallego, vertebrando proyectos de I+D. Recuerden iniciativas como el vivero municipal de empresas Accede-Papagayo en pleno casco histórico de la ciudad de A Coruña, o como el complejo de referencia en investigación y desarrollo de tecnologías circulares en la antigua fábrica de la Cros en O Burgo, en el término municipal de Culleredo. Ninguna de ellas se menciona, aun cuando la Ciudad de las TIC en 2020 fue uno de los 108 proyectos seleccionados por el Gobierno gallego para acceder a los fondos europeos de reconstrucción Next Generation. Considerado un desafío que puede movilizar hasta 55 millones no puede ser una apuesta aislada, un oasis en el desierto. La tecnología se ha demostrado una dimensión transversal al resto de áreas de investigación y desarrollo. Y en un mundo abocado a convivir con la pandemia, que se adaptó al teletrabajo a marchas forzadas, la presencialidad a tiempo completo tampoco se antoja necesaria en las empresas tecnológicas.

Consecuentemente, lo expuesto en estas líneas nos ubica ante un ámbito espacial de naturaleza fragmentada, en un lugar periférico, sede de actuaciones que semejan impulsos nerviosos; que malgastan los escasos medios que administramos, cuando otros ámbitos universitarios se encuentran bajo mínimos, con escaso nivel de mantenimiento; que soslayan la integración tanto funcional como paisajística en su proximidad, o en su percepción más lejana, evocando un perímetro amurallado medieval con el castillo del señor feudal en el interior; y que eluden una integración del nodo de Estrategia digital en red propiciando la deslocalización, o al menos una multiplicidad de lugares en los cuales se ubicasen las empresas implicadas en función de sus intereses.

La creación de este recinto se presenta como un discurso, y una acción, insostenible, como un síntoma de la carencia de una estrategia colectiva social y económica que nos permita mejorar nuestra calidad de vida. No semeja ser un modelo de intervención adecuado. No se trata de crear nuevos escenarios, el camino pasa por mantener y gestionar lo existente con los recursos finitos de los que disponemos. La crisis, socioeconómica y política, nos ofrece una segunda oportunidad para repensar el camino elegido, pero parece que el ser humano es el único animal que tropieza dos, o más, veces en la misma piedra. Sin embargo, los reconocimientos que las instituciones públicas responsables de su gestión obtienen en diversos rankings internacionales, publicitados abundantemente, nos desmienten. Pero tal vez, estas reflexiones les hagan surgir alguna duda razonable. Sapere aude!