Una hora antes de que Ida Vitale se subiese al escenario del Ágora para compartir sus poemas con el público y para charlar con los escritores Manuel Rivas y Yolanda castaño, dentro del ciclo Poetas Di(n)versos, había ya lectores arremolinándose en la puerta del auditorio. “Me da susto”, reconocía ayer la escritora uruguaya, pero no por no saber responderles sino porque por la mañana le estuvieron “burbujeando” en el audífono. “No tengo ni idea de lo que voy a leer, lo elegirá el azar, para no aburrirme”, reconocía minutos antes del recital.

A sus 98 años asegura que sigue escribiendo, no solo poemas, sino también prosa, aunque no llegue a publicarla. Primero, lo hace con papel y bolígrafo, después, cuando lo pasa “a limpio”, cuando mejora los textos o, como ella dice, cuando “lo intenta”, lo hace con su máquina, por ahora, nada de ordenadores, también es azarosa su elección a la hora de escribir. “Hay momentos que me da por la poesía, ahora me da más por la prosa, aunque es más requerida”, confiesa.

“Había un señor que dictaba hasta que decía: ‘queda’ y cuando lo decía era el texto definitivo. Yo, como no tengo a quién dictarle, tengo que ahorrar trabajo”, dice sonriente. Ida Vitale, que nació en Montevideo en 1923, recibió el premio Cervantes en 2018 y es una de las integrantes del movimiento artístico denominado Generación del 45, y sus poemas fueron alabados por muchos de sus coetáneos.

Reconoce que el libro que más le interesó y el que le despertó el amor por la literatura fue Guerra y Paz, de Tolstoi, cuando tenía unos “once o doce años”. En su casa siempre hubo “libros para adultos” y, aunque los empezaba, ninguno la atrapó tanto como aquel. “Nunca me dijeron que no a un libro”, recuerda. Con el tiempo, asegura que se dio cuenta de que había empezado por uno de los más grandes libros jamás escritos y que puso “muy alta la mira”.

En esta carrera por ir cumpliendo años, sigue leyendo a diario. “Tengo una biblioteca muy grande en mi casa y a veces descubro cosas que todavía no me llegó el momento de leer. Yo he pasado por muchos periodos en la lectura. Tuve uno muy largo, en el que me leí todas las obras de Galdós, del principio al final. Estaba deslumbrada por él y eso que no tiene nada que ver conmigo ni con lo que yo hago, porque yo nunca hice novela, pero me encantaba. De repente, me da por leer en francés y solo leo en esa lengua o solo en italiano. Leo lo que me tienta. Nunca he tratado de leer solo un estilo de cosas. Mi primera obligación ha sido siempre leer, escribir viene después”, reconoce.

A pesar de estos tiempos convulsos, de la guerra y del coronavirus, tiene el convencimiento de que “jamás” escribirá sobre la guerra. “No la viví, aunque sí sus consecuencias directas. Me acuerdo de que la gente venía... Yo era bastante chica y me acuerdo de que vinieron unos chicos franceses, que eran medio parientes de nuestra familia y eso me impresionó mucho, porque eran dos hermanos adolescentes y contaban unas cosas horrorosas, pero a mí nunca me tocó vivir una situación así. No es que Uruguay haya vivido siempre en paz, pero cuando yo llegué al mundo todo estaba más o menos en orden”, comenta.

Llegar a perder la memoria, dejar de acordarse de su vida o de sus poemas es algo que tiene presente, aunque lo vive con naturalidad. “A veces uno tiene olvidado un campo y es muy lindo descubrirlo por un detalle y recordarlo, pero obviamente, uno vive tantas cosas que no puede tenerlas todas en la cabeza. Yo recuerdo a la gente que me ayudó, a los buenos profesores y a los buenos maestros”, confiesa la viuda del también escritor Martín Fierro.