La apertura comercial de A Coruña en la segunda mitad del siglo XVIII supuso el contacto con modos y hábitos desconocidos. La presencia de los Correos Marítimos atrajo un número importante de personas cualificadas en la navegación que, en sus viajes, fueron transmisores de esas nuevos usos.

El ascendente grupo de comerciantes intenta equipararse a la hidalguía, sobre todo en las formas externas. Intentan igualarse al grupo dominante adoptando sus usos y costumbres. Una de ellas era tener un esclavo doméstico, al igual que tenía el Marqués de Mos en el Pazo de Mariñán.

La referencia más antigua que tenemos de un esclavo es del año 1757. Se trata del conocido con el nombre de Paris, natural de Madagascar, propiedad del oficial de infantería Eugenio José López. En la isla africana lo había comprado por ochenta pesos, y la escritura de venta lo describe como “un varón de diez a once años, se halla infiel y es de color negro verdadero, no está hipotecado ni sujeto a ninguna obligación ni ha cometido delito.... sano de toda enfermedad pública o secreta… no es fugitivo ni ladrón, borracho ni con otro ningún defecto…”. En definitiva, una buena inversión para el futuro comprador.

Ya en el año 1794, el censo de población recoge que Pedro del Barco, capitán de los Correos Marítimos, y Gerónimo Hijosa, la principal fortuna local, poseían cada uno dos esclavos negros. En el año 1799, Matías Loman, capitán de fragata, cede el esclavo llamado Magunga, de veinte años, a Joaquín Miguel Lonberg, capitán de fragata danesa, residente en nuestro puerto.

En el año 1812, la historia de la negra María ofrece mas datos. Juan Bautista Larragoiti, importante comerciante coruñés, compra en Montevideo, donde pasaba una larga temporada atendiendo sus negocios, una esclava que después tuvo en su compañía en A Coruña. Aquella esclava no “había cometido crimen ni delito que la hiciese acreedora a pena corporal” y en aquel año decide enviarla junto a Matías Medán, comerciante de La Habana. Hasta la isla caribeña la remite “con los documentos correspondientes que acreditaban su identidad y propiedad”. Así se verifica en la documentación notarial del momento.

Cuando parecía que el acogimiento cubano estaba resuelto, Larragoiti recibe noticias desde La Habana. Matías Medán le escribe diciendo que tiene necesidad de casar a la esclava recién llegada. En el viaje desde A Coruña, María había parido “un mulatico” a quién se le había puesto el nombre de Pedro. La necesidad de regular la situación de la esclava apresura la venta de la negra , “con su cría”, al mismo Matías Medán, por un precio de trescientos pesos. El comprador a partir de ese momento podía “disponer de ellos a voluntad, como cosa propia… y si no quisiera usar de esta compra podrá poner en venta con quién le pareciere a precio que se ajustase”.

Otro esclavo doméstico también tiene relación con Juan Bautista Larragoiti. Su hermano Antonio había fallecido en el año 1813 y entre sus bienes se encontraba un negro que también había comprado en Montevideo.

El negro Manuel tenía en aquel momento dieciocho o diecinueve años. Antonio Larragoiti lo había traído en el bergantín María Carmen después de su estancia en la ciudad de la Plata atendiendo sus negocios. Aquí lo sostuvo en su casa y le dio un trato especial. Lo enroló, en calidad de mozo, en el bergantín El Palomo, donde se le presentaba un horizonte profesional de marino.

El fallecimiento de Antonio Larragoiti frustra el futuro del negro Manuel. Es su hermano, Juan Bautista, y su viuda, Josefa de Uriarte, quienes disponen de sus bienes. El bergantín El Palomo regresa a nuestro puerto con Manuel a bordo. La decisión es venderlo, ajustando su precio con Pedro de Vera, también del comercio local, en cuatrocientos pesos.

Tanto María como Manuel son ejemplo del amplio recorrido que hicieron buena parte de los esclavos domésticos coruñeses. De origen africano, la trata de negros los lleva hasta el continente americano, en este caso a la ciudad de Montevideo. Allí son adquiridos por comerciantes coruñeses que, después de una estancia prolongada en nuestra ciudad, decide deshacerse de ellos, como en el caso de María, enviándola hasta la ciudad de la Habana. Así, pasar por tres continentes y cruzar, por más de una vez, el océano Atlántico marcó el destino de Manuel y María, más allá de su voluntad y sin dar la más mínima oportunidad a sus deseos.