La Opinión de A Coruña

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La vida que resiste y emerge en medio del limbo urbanístico de A Coruña

El plan general incluye grandes bolsas de suelo en las que hay viviendas proyectadas, pero que no se han desarrollado, mientras, los vecinos dan nuevos usos a estos terrenos

Maleza en la calle Montes, al lado del parque de Oza. | // VÍCTOR ECHAVE

“Aquí, la maleza la cortamos nosotros. Esto lleva así años y años, hay de todo, culebras, ratas... y, aunque el terreno no es nuestro, cortamos la maleza los vecinos para que no se nos meta en casa”, explica una de las residentes en la calle Montes, que vive cerca del polígono urbanístico sin desarrollar del parque de Oza.

La ciudad cuenta con varias bolsas en las que está permitida la edificación, incluso desde los años ochenta, pero cuyos planes no se ha ejecutado. Eso ha derivado en que esos solares vacíos hayan adquirido usos que no estaban previstos en el plan general, pero que aportan diversidad al tejido urbano de la ciudad y que hablan mucho de su historia y de su presente.

Casas en diferentes estados, en la calle Río, en Visma. | // CARLOS PARDELLAS Gemma Malvido

María Sánchez, que vive en la calle Río, en el barrio de San Pedro de Visma, desde 1964, se acuerda de que, en los años setenta y ochenta, el barrio estaba lleno de niños, pero también de animales, porque había gallinas, vacas y bueyes. Ahora se puede ver un pájaro en la ventana de una casa, comiendo alpiste en su jaula y algún que otro gato acostado al sol. “Aquí enfrente hubo dos vacas hasta los años 2000”, recuerda Sánchez, que barre su casa por la mañana y reivindica la vida “tranquila” que vive a un pasito de la ronda de Outeiro, aunque también se pregunta qué habría pasado si, cuando se desarrollaron los polígonos cercanos, no se hubiesen negado a vender, como lo hicieron. Posiblemente, dice, les habrían dado un apartamento en la ciudad y ahora, las casitas que siguen en pie —algunas de ellas a duras penas— serían edificios altos, como todos los que les rodean.

Saben que su modo de vida podría cambiar en cuanto los promotores se decidan a construir el que es el mayor polígono previsto en el plan general (en este caso, recogido ya en 1998), y en el que podrían levantar 3.000 viviendas, aunque, por ahora, no hay nerviosismo entre los residentes porque han pasado 24 años desde que se gestó la urbanización y no se ha puesto ni un ladrillo.

Cartel en la zona del polígono Fariña Ferreño, en O Castrillón. | // VÍCTOR ECHAVE Gemma Malvido

En octubre de 1998 se aprobó el plan general que delimitaba el suelo urbanizable en ese sector. En febrero de 2002 se dio luz verde al plan parcial del polígono y en abril de 2005 a una modificación del mismo documento. La Junta de Gobierno Local aprobó en marzo de 2022 el proyecto de compensación, que es el que establece la distribución del suelo que le corresponde a cada propietario y la aportación económica que debe hacer cada uno de ellos a las obras de urbanización. Son unos 200 promotores y los trabajos están tasados en aproximadamente 19 millones de euros.

En una de las parcelas de las que están pegadas a la carretera se puede ver una parra con uvas, también una higuera y una capilla, ahora cerrada, la del Santo Cristo, en la que Cáritas anunció en 2020 su proyecto de hacer una vivienda comunitaria para personas mayores. Por ahora, no hay ningún atisbo de obra, pero sí un cartel que anuncia que la nave está conectada a una alarma.

Solar delante de las casas bajas, en la zona de Peruleiro. | // CARLOS PARDELLAS Gemma Malvido

En este polígono está también la Fuente de los Frailes o de los Romanos, olvidada entre la maleza. Su presencia hizo que se tuviese que modificar el plan y que se le otorgase a la Xunta la propiedad de 506 metros cuadrados en torno a la fuente, para blindarla frente a la eventual construcción del polígono de San Pedro de Visma. Esta fuente fue de vital importancia para la ciudad, ya que, en este punto, se hicieron confluir varios manantiales, y cuyo caudal se llevó por conducciones subterráneas hasta el acueducto, del que se conservan sus restos en la zona del paseo de los Puentes y cuya finalidad fue abastecer a la ciudad de agua desde 1722 hasta 1902.

Iago Carro, que es arquitecto y miembro del colectivo Ergosfera, reivindica este tipo de construcciones y la diversidad que aportan al tejido de la ciudad. “Un ámbito que estudiamos mucho es el que está entre el oleoducto y el Monte das Moas [el polígono Fariña Ferreño], ahí, actualmente, hay un montón de huertas, la gente cultiva y hay un espacio en el que un grupo de jubilados construyeron un espacio cubierto con bancos para estar ahí y hay actividad. Esas huertas mantienen la configuración catastral original del periodo preindustrial y rural de la ciudad. Este tipo de cosas son las que borra el urbanismo por completo”, explica Carro, que aboga por un urbanismo a menor escala, que deje de lado estas grandes bolsas de suelo —algunas de ellas plagadas de plumachos— y que favorezca una construcción mucho más escalonada.

Huertas en la zona de San Pedro de Visma. | // CARLOS PARDELLAS Gemma Malvido

“Que el plan general delimite piezas tan grandes de urbanización lo que implica es que haya que hacerlas de una tacada y es muy complicado porque se tienen que dar muchas condiciones. Eso hace que se paralicen territorios. En toda la periferia de A Coruña tenemos suelos urbanizables que están parados en términos urbanísticos y eso hace que aparezcan unos usos y desaparezcan otros porque no puede pasar otra cosa y esos usos aportan riqueza a la ciudad porque aportan diversidad”, relata Carro, en referencia no solo a las huertas sino también a las personas que crían animales, desde pavos y gallinas, como se pueden ver en San Pedro de Visma, hasta caballos y ovejas, y que esa naturaleza está al alcance de todos los vecinos de la ciudad sin necesidad si quiera, de coger el coche. “Yo creo que deberíamos estar obsesionados con lo contrario, con cómo hacemos para que eso perviva en la ciudad y con cómo lo conservamos”, confiesa.

Obviamente, no toda la ciudad podría ser así, pero estas parcelas tienen un valor del que carecerían las urbanizaciones previstas de manzanas cerradas. “Da mucha pena ver que, en el presente podríamos hacer otra cosa, porque tenemos una visión de la ciudad diferente pero como hace décadas se decidió otra cosa, ya no se puede cambiar,”, lamenta Carro. Y es que, si bien los debates sobre urbanismo y sobre el espacio público ya existían, la pandemia los puso en primer plano, con la obligación de habitar casas diminutas o extremadamente oscuras.

Vacas al otro lado de la tercera ronda. | // C.P. Gemma Malvido

En la zona del parque de Oza esos usos nacidos de la paralización del polígono urbanístico no son tan agradables para los vecinos. En la calle Montes, entre los números 39 y 41, muy cerca de donde era la antigua casa consistorial del Concello de Oza, hay un camino que lleva a unas casas antiguas y abandonadas y que, ahora, se han convertido en un punto de encuentro de drogodependientes. Los residentes en la zona se quejan de que dejan las jeringuillas tiradas y también restos de comida entre la maleza, por lo que proliferan los ratones y las gaviotas. No ocultan su preocupación por esta situación, ya que están muy cerca del instituto y del parque de Oza y les genera inseguridad.

Otro de los polígonos que se encuentra en stand by tras una larga travesía por los juzgados es el del parque del Agra. Los vecinos reclaman más espacios verdes en el que es uno de los barrios más densamente poblado de Europa, pero existe la posibilidad de que pierdan este potencial pulmón para la construcción de viviendas. Actualmente, tampoco pueden usar los terrenos del Observatorio y se dan imágenes tan sorprendentes como que varias calles estén cegadas por el muro que delimita el parque para nadie pueda acceder a lo que sería un espacio de convivencia y de desahogo para todos los vecinos.

María Sánchez, en la puerta de su casa, en la calle Río. Carlos Pardellas

“La calle Camiño do Pinar, donde están las casitas bajas es un espectáculo, ¿en qué cabeza cabe destruirla como planteaban los primeros planes? Es una maravilla que esa calle siga ahí y que nos haga un recordatorio constante de que los humanos hemos ido construyendo la ciudad a lo largo de la historia. En esa zona hay también un descampado que se usa muchísimo para llevar a los perros, para jugar los chavales... Tiene muchos usos desde siempre y, cuando eso se urbanice, los vecinos lo van a echar de menos”, concluye Carro, que defiende que, si estas casas bajas llegaron en pie hasta 2022, merecen seguir estándolo por muchos años más.

Uno de los grandes problemas que existen en estas bolsas de suelo es que algunas de ellas fueron concebidas en los años ochenta y que el actual plan general, aprobado en 2013, los heredó. “Es un sinsentido”, concluye Carro, ya que no se pueden aplicar todos los criterios de ciudad sostenible que se han desarrollado durante los últimos años. Para un crecimiento más sostenido de la ciudad, la propuesta de Ergosfera es que las bolsas de suelo sean más pequeñas y autónomas para que estén “más repartidas” y para que los errores que se cometan sean “más pequeños”. “Creo que este modelo solo tiene valor para los grandes operadores, que pueden comprar enormes bolsas de suelo calificadas como no urbanas y esperar a que se conviertan en urbanas, pero ninguno para la ciudad, porque las construcciones que promueven son iguales”, relata Carro.

En la calle Río, como en muchas otras de estas bolsas, se puede ver cómo algunas de las viviendas se han ido cerrando y dejando caer. Algunas veces, por herencias compartidas, otras, porque nadie se atreve a meter sus ahorros en una reforma sobre la que pesa la losa del fuera de ordenación del plan general.

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