La inesperada muerte de Pepe nos paralizó a algunos de sus amigos más próximos. Afortunadamente, Tuco Cerviño atinó a redactar un obituario hecho desde el conocimiento profundo del amigo expresando muy bien nuestras emociones de los primeros momentos. Desde la perspectiva de algunos de nosotros no había nada más que decir. Sin embargo, las respuestas que obtuve cuando le comunicaba la noticia de su muerte a otros amigos, y todas las cartas y manifestaciones que se han hecho después, me han motivado a escribir estas líneas. Con el propósito de confirmar una convicción y para intentar transmitir a los médicos más jóvenes un legado que les puede ser provechoso en un momento crítico para ellos y para nuestro sistema sanitario.

Mi convicción es que los amigos no se van. No se van si los recordamos. La memoria y la voluntad de recordar son las herramientas que nos permiten mantener vivas en nosotros las personas a las que queremos y las ideas a las que somos fieles. Unas y otras solo se van, haciéndonos mas pequeños, si se olvidan. Todas las manifestaciones que estamos viendo estos días confirman que Pepe tenía muchos amigos dispuestos a recordar y muchos compañeros a continuar con su legado en la profesión y en la política tal y como él las entendió.

Podría elegir muchos recuerdos porque también fueron muchos los años de conversaciones, experiencias y proyectos profesionales compartidos. Las cosas más personales, concretas, probablemente tengan poca importancia para los demás. Solo diré que mi amistad con él hizo mi vida más rica de lo que hubiera sido sin ella. Desde el punto de vista profesional, compartimos una tarea que en mi caso justifica en gran medida mi propia carrera: haber conseguido incorporar el trasplante renal como un tratamiento rutinario y hacerlo mayoritario para afrontar la insuficiencia renal terminal. Un logro muy importante y que nos permitió en muy poco tiempo pasar a ser uno de los hospitales con mayor número de trasplantes renales en Europa.

Él tuvo mucho que ver en ello. Habíamos hecho un puñado de trasplantes con éxito, teníamos nefrólogos cualificados, inmunólogos expertos en histocompatibilidad, cirujanos con pericia, una muy buena nefropatología y un entorno hospitalario profesional y gerencial excelentes. Pero siendo todas ellas condiciones necesarias nos faltaba un sistema de obtención de órganos para trasplantar y dar cobertura a las enormes necesidades de nuestros pacientes en diálisis. Ahí su trabajo fue decisivo. En muy poco tiempo fue capaz de montar un dispositivo de detección de donantes en todos los hospitales de Galicia, construir un equipo de extracción de órganos, inicialmente, como recordaba Tuco Cerviño constituido casi solo por él mismo con su querido Citroën, e integrar una tupida red de coordinación involucrando a todo el hospital en la tarea.

No se quedó ahí. Su labor fue más allá del trasplante renal y contribuyó al desarrollo de los trasplantes de otros órganos perfeccionando las técnicas y los equipos de extracción multiorgánica y apoyando y ayudando a todos los grupos trasplantadores. Su dedicación a la obtención de órganos le llevo a hacer cosas tan diversas como organizar charlas en institutos o asociaciones vecinales, trabajar en la obtención de donantes fallecidos en parada cardíaca, o ayudar a traer un programa de xenotrasplante al hospital.

Logró todas esas cosas porque era muy fácil trabajar con él. Era fácil, porque como en las demás facetas de su vida, era sobre todo un hombre práctico, un hombre de acción. No buscaba problemas ni se enredaba en ellos, buscaba soluciones y lo hacía con valentía, sin miedo al riesgo, sin rehuir las dificultades que encontraba en el camino y persiguiendo siempre los objetivos con una energía y tenacidad proverbiales.

Muchos profesionales tienen esas cualidades, pero no alcanzan el éxito. Él lo consiguió porque trabajando hacia amigos ya que el trabajo para él era el resultado de conjugar ayuda con cooperación y generosidad. Porque tenía capacidad y modestia para aprender de los demás y de otras disciplinas sin atribuirse méritos que no le correspondieran. Y porque, a diferencia de otros que buscan objetivos pequeños que puedan acometer fácilmente, siempre se propuso tareas grandes que supusieran un reto para él.

Al airear este recuerdo yo lo siento vivo y próximo y al hacerlo me reconforta ver que fue capaz de consolidar su tarea con los compañeros que dejó en el hospital. También me gustaría animar a esos médicos jóvenes que empiezan su carrera que se miren en su espejo, que tengan ambición en su trabajo, que se apasionen con sus tareas y que mejoren su entorno profesional con la cooperación. Ellos pueden hacer ahora lo mismo que hizo Pepe Buitrón en su momento: trabajar con pasión, ambición y pericia para hacer más grande a nuestro hospital y mejor a nuestro Servicio Nacional de Salud.