La Opinión de A Coruña

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El día a día de la cárcel de Teixeiro: deporte, trabajo, estudio y manualidades para volver a la calle

Los internos que cumplen condena se dividen en módulos, hay instalaciones deportivas, hacen pan para las prisiones de Bonxe y Monterroso; tienen lavandería, cocina, bibliotecas, escuela con todos los niveles hasta la Universidad, huertos, talleres de conducta y actividades con centros escolares para que los jóvenes no cometan sus mismos errores

Una interna dobla una sábana en la lavandería. | // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA

A Lupo le dicen que es “el más bueno del talego, se lo dicen de broma y le acarician la cabeza para que se siente para la foto. Es un miércoles más en la cárcel de Teixeiro, que funciona como un ecosistema en el que cada uno tiene un papel y en el que tanto los buenos actos como los malos tienen sus consecuencias.

Por la mañana hay ya internos del Programa de Atención Integral al Enfermo Mental (PAIEM) en el patio, haciendo terapia asistida con Lupo, del que todo el grupo es responsable. “Saben que el perro no les va a pedir nunca nada a cambio, solo cariño, saben que se pueden fiar de él y eso es muy importante. A veces, hasta les cambia el humor solo con verlo”, explica César, que es educador de PAIEM. En este módulo hay siempre un interno de apoyo que ayuda a uno o más compañeros que, aunque son independientes, necesitan un refuerzo para realizar sus tareas diarias.

El encargado de la coordinación del PAIEM —militar de profesión— es uno de ellos y asegura que, hasta que entró en prisión, no entendía muy bien las enfermedades mentales, ni siquiera la de su propia hija. A fuerza de convivir con esta realidad y de haberse formado como auxiliar de psiquiatría en la cárcel, puede saber qué necesitan los demás y cómo ayudarles para que su vida sea mejor, así que, aunque es una tarea de 24 horas, reconoce que le gusta y que se siente bien haciéndola.

Dos internos juegan a las palas en el patio, ante el aula de informática. Casteleiro/Roller Agencia

En Teixeiro hay catorce módulos, uno de ellos, el Nelson Mandela, es mixto y de máximo respeto; eso implica que los internos e internas tienen que cumplir unas normas muy estrictas de comportamiento. Para los que viven en él es, aunque no deje de estar dentro de los muros de la prisión, el lugar en el que pueden sentirse más libres.

Hay también un módulo de mujeres, en el que el miércoles por la mañana casi no había internas porque casi todas estaban ocupadas en alguna tarea o atendiendo alguna cita de las entidades colaboradoras, que no son pocas, entre ellas, Érguete o APEM.

A Jennifer, que cumplirá en febrero un año en prisión, la sorprendió esta visita en las instalaciones deportivas. Cuenta que siempre fue aficionada al deporte, sobre todo a las pesas y al boxeo, pero en Teixeiro su divertimento es también su válvula de escape y su salvavidas. “Aquí tienes que buscar algo con lo que entretenerte para tener la mente ocupada y el deporte ayuda en todo, mentalmente y físicamente. Dentro de lo malo, esta cárcel da muchas opciones”, explica Jennifer, que comenta que los propios internos son los que se encargan del mantenimiento de las instalaciones y también de guiar algunas sesiones, como, por ejemplo, la de relajación que hay en una de las salas. Fuera del silencio de los internos estirados sobre sus esterillas, unos jóvenes juegan a las palas, y las pelotas viejas de baloncesto sirven de tarro a unas plantas que también se tienen que encargar de cuidar.

Para Ionut, que se ejercita a diario, ir al gimnasio y poner a punto las bicicletas es una rutina y una manera de estar con otros compañeros haciendo algo que le gusta y que se le da bien. A pesar de todo, Jennifer confiesa que el tiempo en prisión “se hace largo”, porque hay demasiadas horas para pensar y menos prisas que en la calle.

Dos internos, durante su jornada laboral, en la panadería de Teixeiro. Casteleiro/Roller Agencia

Para Yolanda, Lucía y Remedios, que son veteranas en el servicio de lavandería, el martes, al ser festivo, se les hizo más aburrido que los demás días. En lo que llaman “la parte sucia” de su trabajo suena la radio y se escuchan algunas risas. Es una jornada más, aunque “desordenada” por la tarea acumulada. “Lo mejor de este trabajo es que te quita de estar sin hacer nada, ganas un dinero y hace que la condena se pase más rápido”, dice Yolanda, que ha ascendido a encargada. Cada interno puede enviar a lavandería un petate con quince prendas, ninguna de ellas interior, porque ese servicio ya no se da desde hace unos años, y, cada día, llegan aproximadamente setenta. En la zona sucia, son ellas las que se encargan de dividir la ropa para lavarla en tandas de aproximadamente 50 kilos y una vez acabada la colada, ya en la parte limpia doblan y empacan para que otros compañeros hagan el reparto por los módulos. Y así, todos los días de lunes a viernes, desde las 9.00 horas hasta las 12.30 y desde las tres de la tarde a las siete. A pesar del trajín, Remedios, que lleva ya cuatro años y medio en el servicio, confiesa que no se le olvida “ni un minuto” que está cumpliendo condena. “Un día en la cárcel ya es mucho”, dice.

Para poder acceder a estos empleos, los internos e internas entran en una bolsa de trabajo, que es como el INEM de la prisión y, a partir de ahí, asisten a entrevistas para entrar en la selección.

Uno de los internos, durante su tarea en la cocina. Casteleiro/Roller Agencia

El director del centro penitenciario, José Ángel Vázquez, explica que en prisión se puede intentar aprovechar el tiempo para formarse, para rehabilitarse y para aprender una profesión, o se puede cumplir condena sin más, del patio y las zonas comunes a la celda y a esperar un nuevo día. Por eso, la prisión intenta poner al alcance de los internos los medios para que su paso por Teixeiro no sea en vano, para que adquieran herramientas que les ayuden a llevar una vida normalizada cuando puedan salir a la calle, y para que, a ser posible, no tengan que volver.

Así que, algunos internos hacen puzzles y otros se los enmarcan; unos decoran con grafitis las paredes de la cárcel o aprenden un oficio, incluso algunos preparan el huerto, en el que plantan lechugas y tomates, y otros cuidan y se dejan cuidar por Lupo, aplicando los métodos que les enseñó una educadora canina y que ahora se transmiten unos a otros.

En las instalaciones que antes estaban destinadas a la guardería, ahora está el edificio sociocultural, porque la cárcel ha ido cambiando mucho con los años, y, tras una de las puertas, dos funcionarias imparten cursos sobre masculinidad y violencia y dan apoyo a mujeres con problemas de adicción. De las paredes cuelgan todavía algunos adornos de Halloween y hay aulas en las que se dan clases para que la formación de los internos sea completa, desde lo más básico, hasta Bachillerato e, incluso, pueden acceder a la Universidad a Distancia. En el camino, hay un salón de actos y, sobre el escenario esperan por los músicos una batería, unas congas y un bajo.

En Teixeiro se lee mucho. Muchísimo. Cada módulo tiene su biblioteca y, después, está la biblioteca central, en la que hay 18.346 volúmenes con literatura de todo tipo. En lo que va de año, las obras populares fueron las más prestadas, seguidas de materiales audiovisuales y literatura general, y aunque no aparezcan en el top tres de 2022, los libros de Derecho siempre circulan en la cárcel, así como los de psicología, poesía y filosofía.

El perro Lupo, con presos de Teixeiro Casteleiro/Roller Agencia

En las pizarras de las aulas se pueden leer fórmulas, pero también versos improvisados que hablan del amor, de la adicción y de la condena [Sintiendo, hoy más que nunca... una aguja afilando, cortando... ahogando mi corazón] y, como otro miércoles más, en el ordenador del aula de informática, uno de los usuarios del edificio sociocultural, músico de profesión, busca información sobre obras de Brahms; dos internos comparten ejercicios de inglés, con el diccionario cerrado y los apuntes abiertos y, en una esquina, todavía sin manos que lo toquen, hay un piano fruto de una donación.

“Aquí lo que sobra es tiempo”, dice uno de los internos del módulo 6, la Unidad Terapéutica Educativa (UTE) en el que se recuperan las personas que tienen problemas de adicción. Lo hace lijando pequeñas tablas que une para hacer un joyero con forma de casita y con un cajón. “Es la obra de El Escorial”, bromea uno de sus compañeros, aunque cada cosa que hacen es un poco de todos, porque son ellos los que se organizan y ayudan para que salga adelante. Cada pieza le puede llevar varios días, pero no le importa, le gusta que estén bien hechas porque, en su caso, “no hay prisa”.

"Aquí lo que sobra es tiempo", dice uno de los internos

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En su misma mesa, un compañero corta tiras de madera y otro enchufa el pirógrafo para hacer la placa con la que agasajan a los centros escolares a los que acuden con el taller Di K Non (patrocinado por la Fundación Barrié), en el que cuentan su experiencia para que otros jóvenes no cometan sus mismos errores. En la mesa de enfrente descansa el baúl de la obra de teatro que interpretan y que sustituirá al que les ha acompañado en infinidad de funciones y que otros heredarán cuando ellos ya no estén. En este mismo taller otro interno, también en proceso de deshabituación, hace una réplica del Guernica de Picasso en un espejo y otros juntan hilos para convertir una tabla en una planta florecida.

En el módulo 7, que fue el primero de respeto que se abrió en Teixeiro, hay escudos del Barcelona repujados en cuero casi en cualquier esquina y también unas teteras a medio hacer. “Antes era peluquero, pero aquí aprendí a trabajar el barro. Tiempo tengo y me gusta mucho, así que voy probando y haciendo combinaciones con los materiales para que parezca que tiene una veta, como la madera”, explica.

Ionut, Jennifer y Antonio, en las instalaciones deportivas de Teixeiro. Casteleiro/Roller Agencia

En la cocina de Teixeiro el miércoles por la mañana olía a caldo de repollo y, los presos en tránsito, los que no se quedarán, cantaban por la ventana. El personal encargado de alimentar a los aproximadamente mil internos de la prisión (solo entre 60 y 70 son mujeres) estiman que, cada día, pasan por sus manos una tonelada de patatas. Lo hacen con la colaboración de una treintena de presos y funcionan como un catering. La faena empieza a las seis y media de la mañana, que es cuando hacen los preparativos del desayuno y, desde esa hora, tienen que tener en cuenta las necesidades de cada interno. “Tenemos casi trescientas dietas”, explica uno de los cocineros, porque algunos son celíacos, diabéticos, no pueden tomar pescado, necesitan que su comida no lleve sal o varias de estas cosas a la vez.

El miércoles olía a caldo, pero también a masa. Los internos que han hecho el curso de formación —válido también en la calle, porque en ningún lugar consta que lo han realizado en la cárcel— empiezan a hacer el pan no solo para Teixeiro, que se queda 3.200 chuscos cada día, sino también para Bonxe y Monterroso, a las seis de la mañana. En total, 9.500 panecillos cada día, aunque también cuecen bollos suizos y magdalenas y, alguna vez que otra, pizza. Es uno de los destinos más codiciados en prisión, el de amasar pan para construir el futuro.

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