La Opinión de A Coruña

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Luis Dopico, presidente de la flota de bajura en 2002: “Si el petróleo no entró en la ciudad, fue por su flota de bajura”

LUIS DOPICO Casteleiro/Roller Agencia

“O salvamos el mar, o nos queda la maleta”. Una frase producto de la desesperación de todo un gremio que, con la costa herida, veía desaparecer su medio de vida, y que inspiró, días más tarde, una de las protestas más recordadas de aquellos meses de marea negra. La manifestación de las maletas, como quedó para la posteridad, congregó a cerca de 100.000 personas en las calles coruñesas que, equipados con sus bártulos, mandaban un mensaje claro: las consecuencias del vertido, de persistir la inacción, solo dejarían una alternativa a la gente del mar: la emigración.

Quien la pronunció jugó un papel crucial para que el chapapote no hiciese estragos en el litoral coruñés. Luis Dopico, entonces presidente de la agrupación de bajura de A Coruña, tuvo que idear todo un operativo de emergencia para detener el avance de la mancha. “No sabíamos cómo actuar, porque los que tendrían que haber tomado las decisiones estaban desaparecidos. Lo primero que hice fue reunirme con Ángel del Real, en Capitanía, y trazar un plan de actuación contra la llegada del chapapote”, cuenta Dopico.

Con el apoyo logístico de Capitanía, que abastecía de combustible a las embarcaciones, la flota de bajura coruñesa blindaba la costa de la ciudad contra el avance del chapapote. “No teníamos medios. Trazamos un plan de vigilancia con las 32 embarcaciones que teníamos. Salíamos todos los días, por la mañana y por la tarde, y se quedaban otras de retén. Pegábamos una batida desde Langosteira hasta Ferrol, y cuando encontrábamos manchas avisábamos a tierra. Por eso a A Coruña no entró el chapapote”, rememora Dopico. La coruñesa fue una de las pocas cofradías que disponía de contratos de Salvamento Marítimo para luchar contra los estragos del petróleo. “Hablamos con el Concello para que nos pusiera medios. Sasemar nos puso un salario mínimo para marineros, combustible y materiales”, cuenta Dopico. Una labor encomiable que, sin embargo, tuvo que pasar desapercibida, con el objetivo de no despertar la alarma en la ciudad. “Se nos llegó a pedir que descargásemos el chapapote en el muelle del Centenario, por la noche, para no alarmar a la gente. Yo siempre dije que en A Coruña tenían que saber que su flota estaba luchando por evitar esto”, critica el marinero. Al calor del descontento popular por la gestión de la catástrofe, vio nacer y crecer en la ciudad aquel movimiento que desembocaría en la marea solidaria que quedó para la historia de las movilizaciones en Galicia. “Las primeras veces que nos reunimos para armar las manifestaciones éramos 300 o 400 ahí en el Obelisco. Después empezamos a ser 4.000, 15.000, hasta llegar a cientos de miles. En una de ellas, Manuel Rivas me invitó a leer el manifiesto. Nunca me temblaron las piernas en un golpe de mar, pero ese día, con el papel en la mano, sí lo hicieron”.

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