Entrevista | Autor de ‘Isabel Zendal. La madre de todas las vacunas’

Antonio López Mariño: “Lo suyo es convertir a esos niños en héroes con nombres, apellidos y una historia”

“Yo tenía los tesoros documentales de Isabel Zendal a diez minutos de mi casa”

Antonio López Mariño, en San Nicolás, donde fue bautizado el hijo de Isabel Zendal, Benito.   | // VÍCTOR ECHAVE

Antonio López Mariño, en San Nicolás, donde fue bautizado el hijo de Isabel Zendal, Benito. | // VÍCTOR ECHAVE / Gemma Malvido

A Antonio López Mariño le gusta que su “proyecto de jubilación” lleve el nombre de una mujer, Isabel Zendal, la coruñesa que participó en la que fue la primera campaña de vacunación de la historia de la Medicina, y la de los 21 niños que se convirtieron en vacuna viva en una travesía a América. Publica el libro Isabel Zendal. La madre de todas las vacunas (Teófilo Comunicación), a la venta ya en librerías.

No debió ser fácil recuperar la historia de esta mujer, sobre todo, cuando incluso su nombre y el de su hijo aparecen referenciados de maneras diferentes.

Lo de los nombres tiene una importancia relativa, porque el 98% de las mujeres eran analfabetas, entonces, dependían del escribano y de la manera en la que se pronunciasen las palabras. Si había seseo, dirían Sendal; no por no querer mantener el apellido original sino porque es como lo decían. Yo utilizo Zendal porque es el que aparece en los documentos más antiguos. Yo no soy el padre de Isabel Zendal, puedo ser su padrino, porque le pongo sus legítimos apellidos, busco dónde nace y quién es su familia. Antes que yo hubo gente que habló de ella, pero por desgracia para ellos, no tenían los archivos en la misma ciudad en la que vivían. Tenía esos tesoros documentales a diez minutos de mi casa.

¿Qué se sabía antes de que se empezase a popularizar su historia?

Que había sido enfermera de la expedición y rectora de la Casa de Expósitos, también se sabía que había un hijo. Sabiendo cómo eran los historiadores de aquella época, es lógico que no se imaginasen que una mujer como ella pudiese ser miembro de una expedición real. La intuición de algunos fue decir que era viuda, otros decían que el niño era adoptado, para solucionar la cobertura moral, pero si tienes la suerte de trabajar con los archivos reales y te encuentras que en San Nicolás se bautiza a un tal Benito, hijo de Isabel Cendal Gómez, natural de Santa Mariña de Parada y que pone que es su hijo natural, no hay más vueltas que darle y si pone claramente que no se puede aportar el nombre del padre, está claro que fue un hijo extramatrimonial.

Antes de la expedición, ¿a qué se dedicaba Isabel Zendal?

Era rectora de la Casa de Expósitos, que se podría pensar que es un cargo muy importante, pero tenía como complemento una libra diaria de pan. El capellán del Hospital de la Caridad cobraba 150 reales e Isabel, 50. Yo pensaba que igual el salario era bajo, pero que el puesto le otorgaba una buena posición social, pero vi que no, que era la única dedicada en exclusiva a los expósitos.

¿Y por qué empezó a investigar sobre su vida?

De casualidades de la vida. Hace años fui a hacer un reportaje sobre la casa cuna de A Coruña, que era como la continuación natural de las casas de expósitos, y la directora me dijo que, si quería hacer algo por los expósitos, tendría que contar lo mejor que habían hecho esas criaturas, que fue llevar la primera vacuna que existió en la historia de la Medicina desde A Coruña hasta América. Yo no sabía de qué me estaba hablando. Me empecé a informar y cuanto más sabía, más me sorprendía. El barco se llamaba María Pita, la misión duró nueve años y fue la que convenció a la gente de que vacunarse era la mejor prevención, la tripulación era de aquí, el médico municipal es el que se queda pendiente de mantener activa la cadena de vacunación durante la travesía por si se necesitaba pus fresco para vacunar.

¿Encontró mucha información?

En esto hay también un factor de fortuna, porque el libro más antiguo que se conserva de Santa Mariña de Parada, donde ella nace, empieza en 1773 y el siguiente es de 1825 si no se hubiese conservado, yo hubiese trabajado con el de 1825 pero ya no podría sabría qué relación tenían los Cendal que encontrase con Isabel —porque ella nació en 1773—.

Ella fue importante, pero también los expósitos, que fueron los que mantuvieron viva la vacuna...

Falta por asumir que, sin niños, esta expedición no hubiese sido posible, porque no es que llevasen la vacuna, es que eran vacuna viva y activa. Pensaron en hacerlo con vacas, pero la logística era imposible, porque esta expedición estaba en constante movimiento. Balmis tarda quince días de Madrid a A Coruña con los niños, si hubiese venido con vacas ahora aún estaría en Pedrafita. De los 21 que van, cuatro son de Madrid, cinco, de la casa de expósitos de Santiago y, los otros, de A Coruña. Incluido el hijo de Isabel. Hay un informe de Balmis de final de campaña en el que agradece a los enfermeros la labor sanitaria pero no el cuidado de los niños, y después, a Isabel, el cuidado de los niños pero no menciona labores de vacunación. Está claro que la única mano experta en tratar con niños era la de Isabel, además, ella era la única que, de madre a madre, podía convencer a las familias estructuradas de que sus hijos iban a estar en las mejores manos.

¿Eran todos huérfanos?

No es lo mismo expósito que huérfano. Uno puede ser huérfano, pero tener patrimonio y quien se haga cargo de él. Los expósitos son abandonados en clandestinidad.

¿Y por qué llevaban a niños?

Porque los adultos, pongamos por caso presos o personas que estaban en el ejército, igual ya la habían pasado y no lo sabían o podrían mentir para mejorar su situación.

¿Es posible recuperar la memoria de esos niños?

Hay que ir a por ella. Es lo suyo convertir a estos niños en héroes con nombres, apellidos y una historia. Sabemos algunas cosas, sabemos el día que entran en el torno y cómo lo hicieron, dónde se criaron. En México, se sabe que los hospedaron en el hospicio de pobres, pero Balmis se enfada, porque el rey les había prometido que iban a estar con las mejores familias del país y los últimos años sí que son adoptados por familias mexicanas y ahí se les pierde la pista. Salvo de uno, el que llega a catedrático.

¿Alguno volvió a A Coruña?

No tenía sentido que lo hiciesen porque no tenían a nadie aquí. Del catedrático sí que se sabe quién era su madre porque estuvo con él antes de marchar a la expedición. Ella pensó que iba a tener mejor futuro en América que aquí y acertó. Es más fácil que se conserve la memoria del que llegó a catedrático que del que uno que fue zapatero, y seguro que le supo dar más importancia a lo que hizo y trasladar esa memoria a sus herederos.

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