Una ciudad en tres mapas

Modernismo, racionalismo y “ciudad vertical”, los tres patrones arquitectónicos con los que la muestra ‘A Coruña no tempo’ explica el último siglo en A Coruña

La Torre Hercón de fondo, con el Barrio de las Flores en primer plano.   | // Víctor Echave

La Torre Hercón de fondo, con el Barrio de las Flores en primer plano. | // Víctor Echave / Marta OTero Mayán

Románico, gótico, barroco, renacentista, neoclásico... Los estilos arquitectónicos “visten” de alguna manera las ciudades, y dejan en sus calles, sus plazas, su diseño y su trazado las huellas de lo que un día fueron. No hace falta conocer en profundidad en los hitos históricos de A Coruña para deshacer sus pasos en el último siglo. A veces basta con echar un ojo a sus fachadas. “A Coruña es un contenedor de gran parte de los estilos más representativos de Galicia, sobre todo, aquellos que muestran su despertar urbano, que nos hablan de los profundos cambios de la ciudad”, reflexiona el profesor e investigador Manuel Gago, comisario de la exposición A Coruña no tempo, promovida por Fundación Cidade da Cultura y Afundación.

La muestra, abierta en la sede de Afundación hasta el próximo día 16, explora, a través de objetos, mapas, infografías y recreaciones los entresijos de la identidad coruñesa. Para ello, se fijan también en su cascarón, y seleccionan tres “patrones” que dominan el callejero coruñés, y que explican de forma más elocuente que cualquier tratado histórico las transformaciones de una ciudad que nunca ha dejado de cambiar: modernismo, racionalismo y la huella del desarrollismo de la segunda mitad del siglo XX, que en la muestra denominan “ciudad vertical”.

La casa Soto, ejemplo de arquitectura racionalista.  | // C. PARDELLAS

La casa Soto, ejemplo de arquitectura racionalista. | // C. PARDELLAS / Marta OTero Mayán

“El modernismo, primero, marca la gran expansión de la ciudad civil y laica que lidera la modernidad en Galicia a finales de siglo XIX y principios del XX, es muy vistoso. Es una encrucijada entre dos mundos; por un lado, los arquitectos que lo inician se inspiran en los estilos de Centroeuropa, pero todo está hecho con el dinero que viene de Cuba, de la emigración”, desgrana Manuel Gago. El modernismo coruñés tiene sus mejores manifiestos en edificios como la casa Arambillet, la casa Viturro, la Terraza de Méndez Núñez y otro sinfín de inmuebles repartidos, sobre todo en el entorno de la Pescadería. Edificios que hablan de una ciudad que siempre estuvo abierta al mar y que quiso también abrirse al mundo entero, que miraba hacia Centroeuropa pero que tenía ambiciones y dinero americano.

En primer término, el Barrio de las Flores, y, al fondo, la Torre Hercón.   | // VÍCTOR ECHAVE

Plano contrapicado de la torre Hercón. | // Carlos Pardellas / Marta OTero Mayán

“Es un estilo muy popular en todos lados. En su época era percibido como algo muy avanzado. No cita estilos históricos, no tiene columnas clásicas ni pináculos góticos, ni frontones, ni cornisas, sino todo un mundo nuevo de formas vegetales, naturales, geométricas, que conforman un estilo moderno, avanzado, signo de ciudad cosmopolita y avant garde, comprometida con la burguesía comercial”, explica el arquitecto y exdirector de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de A Coruña, Fernando Agrasar.

Fachada modernista de la casa Arambillet.   | // CARLOS PARDELLAS

Fachada modernista de la casa Arambillet. | // CARLOS PARDELLAS / Marta OTero Mayán

Una ciudad “cosmopolita y avant garde” que, a través de una arquitectura que carece de pudores y que muestra voluntad de ser vista y de ser percibida, quiere explicitar su lugar en el mundo como una urbe emprendedora, burguesa y dinámica. “Una ciudad que dice: aquí estoy yo”, interpreta Manuel Gago.

Una urbe que, sin embargo, estaba a punto de convertirse en otra cosa. Poco a poco, esa A Coruña de la Belle Époque se fue tornando en cuna de oportunidades florecientes al abrigo de una industria en ciernes, un tejido comercial dinámico. En definitiva, en un lugar donde vivir, invertir y prosperar. Irrumpe, entonces, en el plano, el racionalismo, mucho más humilde en su concepción que el modernismo, apreciado por los ojos entrenados de los arquitectos, desapercibido y hasta despreciado para el resto. La huella tangible de un período que empieza a apuntalar la ciudad que A Coruña es hoy.

Detalle de los balcones de la casa Formoso, de estilo racionalista.   | // CARLOS PARDELLAS

Detalle de los balcones de la casa Formoso, de estilo racionalista. | // CARLOS PARDELLAS / Marta OTero Mayán

“A Coruña y Lugo son las dos grandes ciudades racionalistas de Galicia. Es un estilo que queríamos reivindicar porque no es muy valorado, y nos permite decir que la ciudad es algo más amplio que esos mundos clásicos. Es un estilo mucho más democrático, que habla de una ciudad que acoge barrios obreros, con una distribución interior propia de los años 30 o 40, también muy interesante”, explica Manuel Gago. A Coruña se empieza a convertir entonces en esa ciudad en la que hoy sabemos que nadie es forastero, en la que familias migrantes del mundo rural se asientan en pos de una vida mejor y se acaban convirtiendo en coruñeses de pleno derecho.

Arriba, balcón modernista en la calle Real; abajo, vista frontal de la Terraza.  | // C. PARDELLAS/ V. ECHAVE

Vista frontal de la Terraza. | // V. ECHAVE / Marta OTero Mayán

Lo hacen en edificios de viviendas diseñadas con líneas sencillas y funcionales, balcones redondeados, ornamentos hormigonados y geométricos y que buscaban una utilidad prioritaria: servir para vivir. “Nos habla de A Coruña popular, que tiene que ver con su relación con todos los lugares de su entorno, de una ciudad divertida, irreverente; que siempre está en la calle. Toda esa estética tiene que ver con el racionalismo”, cuenta Manuel Gago.

Un estilo que, si bien fue objeto de cierto desprecio, o, más concretamente, de no aprecio, ahora, con una cierta distancia temporal de por medio, empieza a encontrar el lugar que le corresponde, no solo en el plano, sino también en las apreciaciones colectivas. “En A Coruña hay unos ejemplos maravillosos de esta arquitectura que datan de la Segunda República y que están maltratadísimos. Hay que retrotraerse hasta la conocida como Ley Salmón, promovida por un ministro de la República, donde había unas exenciones económicas muy atractivas para los particulares que construían edificios para alquilar a un precio asequible. Era un momento en el que, ante la mala situación económica, quien tenía dinero lo tenía agarradísimo. A partir de ahí se construyó mucha vivienda modesta, que son piezas maravillosas”, ilustra Fernando Agrasar.

Vidriera del mercado de San Agustín, joya del movimiento moderno con toques racionalistas.   | // CARLOS PARDELLAS

Vidriera del mercado de San Agustín, joya del movimiento moderno con toques racionalistas. | // CARLOS PARDELLAS / Marta OTero Mayán

Nombres como Tenreiro y Estellés y edificios como el cine Avenida, la casa Díaz Amil, la casa Soto o la casa Formoso son ejemplos singulares de la singularidad de esta tendencia, muy numerosa en la ciudad a poco que el ojo se fije.

Con el franquismo en sus estertores llega el desarrollismo de los últimos 60, que dejó en A Coruña uno de sus remanentes más visibles en su perfil: la “ciudad vertical”, la construcción en altura como respuesta a una demanda habitacional muy alta para un territorio muy limitado en metros, y una manera amable de denominar una forma de ordenación urbanística con el que la ciudadanía no termina de identificarse. Tampoco la coruñesa. “Esto también es lo que somos. Tenemos que reconciliarnos con nosotros mismos, con nuestro urbanismo”, anima Manuel Gago.

Una ciudad en tres mapas

Balcón modernista de la calle Real. / Carlos Pardellas

El desarrollismo devoró dos paradigmas, el burgués y el popular, pero trajo el suyo propio, que selló toponimia urbana con prefijos “torre”: Hercón, Trébol o Galicia, que explican, por un lado, las dinámicas de la ciudad del presente, pero que dejaron impresos ciertos vicios de antes que no deben volver a repetirse y que condicionan el planeamiento urbanístico de nuestros días. “Fue una forma de construir muy especulativa, que dejó que las ideas de buenísimos arquitectos, como Taboada o Jorreto, jugasen al juego de los intereses políticos y económicos, en los que la ciudad era moneda de cambio”, lamenta Agrasar.

Un modelo constructivo más sostenible a priori que la vivienda unifamiliar por su menor uso de suelo, que servía para dar respuesta a toda esa densidad poblacional, pero donde la calidad de los espacios no entraba en las prioridades. “Las ciudades verticales también necesitan esponjarse. Vemos lugares como Manhattan, pero nos olvidamos de que en Central Park cabe dos veces el principado de Mónaco”, completa Agrasar, que matiza que “no todo en aquel tiempo se hizo mal”. Como muestra, el polígono de Elviña, ejemplo de planificación equilibrada, y escenario de paradojas: la mejor manifestación de ciudad vertical es, de hecho, horizontal y está en Elviña. Se trata de la unidad vecinal número 3, de José Antonio Corrales; una pieza de enorme valor arquitectónico que supo entender y asimilar las necesidades de un vecindario en expansión. “Es interesante la comparación entre Elviña y Matogrande: la primera, un polígono, con connotaciones negativas hace años. La segunda, ligada a la clase media con posibles. A nivel de zonas verdes y calidad de espacio público, una no tiene nada que ver con la otra, y es únicamente cruzar una calle”, concluye.

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