La plaza de Ourense: la oportunidad de un lugar complejo

Plaza de Ourense, en los años 60 del siglo pasado.  | // LA OPINIÓN

Plaza de Ourense, en los años 60 del siglo pasado. | // LA OPINIÓN / María Carreiro e Cándido López Profesores e investigadores en la Escuela de Arquitectura de la UDC

María Carreiro e Cándido López Profesores e investigadores en la Escuela de Arquitectura de la UDC

Hace poco más de un mes, los pasados días 28 y 29 de julio, se celebró en A Coruña el Morriña Fest 2023, concretamente en el muelle de Batería. Un festival de música que congregó a miles de personas, que accedían al interior del recinto portuario a través de una nueva puerta, aledaña a la sede de la Delegación del Gobierno en Galicia. Un edificio localizado en la plaza de Ourense, uno de los enclaves más complejos de nuestra ciudad. El masivo uso observado en la zona nos estimuló a especular sobre él y su entorno inmediato, considerando sus dimensiones histórica, funcional y representativa.

Un lugar histórico, conformado como una charnela entre las dos tramas regulares del ensanche del siglo XIX proyectado por el arquitecto Juan de Ciórraga. Un punto de articulación vinculado al plano del agua de la bahía interior, desde el cual percibir el monte de Santa Margarita —actual parque urbano— e intuir la ensenada Riazor-Orzán, que asoma tras el instituto Eusebio da Guarda de la plaza de Pontevedra. Un entorno que, ya a principios del siglo XX, aparece acotado en uno de sus vértices por La Rosaleda. El jardín, plantado con rosales en sus ocho sectores de césped, venía a reemplazar a la Batería de Salvas del viejo Fuerte de Malvecín.

La relación inicial entre la zona de la plaza de Ourense y el puerto, sin cierre ni fronteras, se trastocó al finalizarse, en 1936, el muelle de Trasatlánticos y Calvo Sotelo, que alejó las aguas al adentrarse en el mar desde el viejo muelle de Batería.

En la década de los 40 el lugar, con su forma triangular, se confirmaba como el punto central del arco entre la plaza de María Pita y la de la Palloza, recogido tanto en el fallido plan de urbanización de César Cort como en el plan de alineaciones de 1948. A la par, se convertía en el obligado punto de paso de las pescantinas con sus patelas, en sus recorridos entre el puerto y el mercado de abastos de la plaza de Lugo.

Hoy, la plaza conserva la geometría original, encerrando una isla peatonal, delimitada mediante sendas calles del ensanche, como los catetos del triángulo rectángulo, y por la avenida de Linares Rivas, como la diagonal.

Un lugar funcional, configurado como un nudo, y un nodo, urbano. Nudo de circulación rodada, anclado a una arteria de primer orden, la avenida de Linares Rivas —ocho carriles y mediana—. Y nodo peatonal, presente en las idas y venidas de los transeúntes entre los bordes y el centro de la ciudad.

En su condición de enlace viario soporta el paso de una ingente cantidad de vehículos ligados a la avenida de Alfonso Molina y a la avenida del Pasaje, que confluyen en la citada avenida de Linares Rivas. Una densidad de tráfico que se incrementa con el aportado por la avenida de Arteixo —en su último tramo, calle Fontán—, y por la avenida do Porto, que además de conectar con la Ciudad Alta y al barrio de Monte Alto, sirve al actual muelle de trasatlánticos. Se les suma el proveniente de las calles Padre Feijoo y Picavia, en dirección a la plaza de Lugo, junto con el de la calle Sánchez Bregua, prolongación de la avenida de Linares Rivas rumbo a Los Cantones y a Juana de Vega.

A esta complejidad viaria debe añadirse el carril-bici del eje Linares Rivas-Sánchez Bregua en ambos sentidos de circulación, así como las paradas del transporte público, tanto las de autobuses como la de taxis. Las primeras, con un doble emplazamiento en ambos márgenes de la avenida de Linares Rivas, para atender a cada sentido de circulación. La segunda, rodeando la isla peatonal por los otros dos lados que la conforman.

Como nodo urbano, sobrelleva el discurrir de un elevado número de personas. Transeúntes que se desplazan de un lado a otro de la ciudad, que esperan el autobús o que toman un taxi. Acciones que, junto con el uso del carril-bici, entran en fricción, tanto en la isla peatonal como en la parada ubicada delante del acceso al puerto. Si bien, en la isla el conflicto se incrementa con la aleatoria disposición del mobiliario urbano: cabina telefónica, contenedores de papel y vidrio, luminarias, marquesina y postes indicadores del transporte urbano y del metropolitano, papeleras, quiosco de la ONCE, señalizaciones verticales y soportes publicitarios.

Un ámbito de un uso intenso, pleno de actividades y objetos.

Un lugar representativo, delimitado en dos de sus lados por unas fachadas ejecutadas en diferentes épocas: las de la manzana que se extiende hasta la plaza de Lugo, con el clásico lenguaje de galerías, la del edificio racionalista proyectado por Rey Pedreira y las de unas construcciones más recientes, quizás más anodinas. El tercer lateral, abierto, incorpora visualmente el volumen exento de la sede de la actual Delegación del Gobierno de Galicia, ya señalado, así como el muro de cierre del recinto portuario.

No obstante, la isla peatonal concentra los elementos identificativos del lugar: el quiosco y el arbolado. El primero con una imagen singular, proporcionada por su cubierta, con seis finas láminas de hormigón, que cubren un volumen circular, con un diámetro próximo a los 7,50 m. Su uso actual por Down Experience está generando una pujante y suculenta actividad. El segundo, un grupo de cinco álamos de un significativo porte, un magnolio y unas pequeñas palmeras en los parterres, complementados con la presencia, apenas percibida, del busto enmarcado en un sólido pedestal, dedicado al altruista coruñés médico Rodríguez.

La plaza aúna valores históricos, funcionales y representativos que la hacen acreedora de una mayor atención que la dispensada hasta el momento. Ha sido objeto de promesas de mejora, tanto del gobierno municipal como de la oposición en momentos preelectorales. Algunas se han materializado, como el trazado del carril-bici en el lado de acceso al recinto portuario, o el paso peatonal para acceder directamente desde la isla a la acera de Sánchez Bregua. Pero ni una ni otra evidencian una estrategia de conjunto que mejore y potencie la funcionalidad y representatividad urbanas del enclave.

Una estrategia que desarrolle un proyecto urbano reconocible. Que provoque sinergias más allá de la intervención en el objeto, a través de la integración de la movilidad y el transporte. Que, amparado en la complejidad del lugar, sirva para apostar por la inclusividad y la accesibilidad peatonal. Que exprese la voluntad de hacer arquitectura de la ciudad, al margen de la arquitectura de los edificios, retomando el concepto de espacio público asociado a equipamiento público representativo. Que incorpore de manera decidida una inversión pública significativa en el programa urbano, mediante la renaturalización vegetal —biofilia—. Y complementariamente, que se ejecute en un breve periodo temporal, con un carácter perdurable y global.

“El aire está lleno de nuestros gritos. Pero la costumbre ensordece” decía Samuel Becket en Esperando a Godot. Relegar una actuación urbanística en la plaza de Ourense, desaprovechando la oportunidad de ligarla a la operación de incorporación de los muelles de Batería y Calvo Sotelo al ámbito urbano implica, en nuestra opinión, olvidar la capacidad latente de uno de los nodos más relevantes de nuestra urbe.