Miguel Conde-Lobato | Creativo publicitario, escritor y autor de la novela ‘Palabras malditas’

“Mi reto es mantener al lector enganchado desde la primera página y que no me deje”

“Libertad y amor son dos palabras maravillosas que, en ocasiones, son malditas porque pueden ser la antesala de la decepción, del crimen o del mal”

Miguel Conde-Lobato posa con un cartel de su última novela.   | // VÍCTOR ECHAVE

Miguel Conde-Lobato posa con un cartel de su última novela. | // VÍCTOR ECHAVE / Manolo Rodríguez

Manolo Rodríguez

Manolo Rodríguez

¿Pueden las palabras ser malditas? La respuesta corta es que sí. Para conseguir una más larga hay que leer la tercera novela del creativo publicitario y escritor Miguel Conde-Lobato. Tras Los lobos no piden perdón y La congregación, publica su tercer libro Palabras malditas. Una historia de asesinatos y tatuajes en la frente, que arranca directa a la yugular del lector, como Gabriel García Márquez en Crónica de una muerte anunciada; lo arrastra con un ritmo vertiginoso y sin descanso durante toda la trama y la cierra con un homenaje a Agatha Christie.

Hace dos años le entrevisté por su segundo libro y le pregunté por qué escribía. Me respondió que lo hacía para divertirse. ¿Sigue pensando lo mismo?

Sí. Sigue siendo muy importante que las historias que creo primero me tienen que divertir a mí. Me tienen que entusiasmar, me tienen que enganchar y apetecer escribirlas. Si no, las dejo. De hecho, tengo muchas historias que se quedan por el camino. Tengo otra profesión que me absorbe casi todo el tiempo. Y la escritura lo que me roba es tiempo de ocio. Te tiene que gustar mucho y divertirte mucho para hacer ese sacrificio.

¿Tiene más presión ahora con su tercer libro?

Comento al final, en los agradecimientos, que Juan Gómez Jurado me dijo cuando publiqué la primera novela, “oye, no tan deprisa, amigo, porque tú no eres escritor hasta que hayas publicado por lo menos tres novelas”. Y la verdad es que tenía razón.

¿A qué se refería?

A que cuando te dedicas profesionalmente a escribir, es decir, ya vas a cobrar por unos trabajos y, aparte de todo, tienes unas entregas del libro en la cabeza, tu vida cambia y necesitas levantarte muy temprano. Yo me levanto a las 5 de la mañana, escribo prácticamente todos los días, le dedico 10 horas un sábado... Antes, quedaba con los amigos diez veces, ahora quedo dos. Eso sí que es cierto. En el fondo lo que Juan Gómez Jurado quería decir es la transformación vital que sufres. ¿Presión? Sí. ¿Compromiso de hacerlo cada vez mejor? También. Creo que francamente esta es mi mejor novela y no solo por la historia, que quien la lea va a encontrar que suceden muchas cosas y que tiene un ritmo muy trepidante y que, además, hay muchos giros y muy impredecibles, sino porque también he intentado cuidar más el aspecto estilístico. He dedicado más tiempo a decisiones puramente estilísticas.

“No espera nada. Sabe que va a morir”. Es el arranque de la novela y ya va a la yugular del lector en la primera línea como Gabriel García Márquez en Crónica de una muerte anunciada.

El reto es que el lector me acompañe desde el principio. Todavía soy una joven promesa (sonríe) en el sentido de que no puedo permitirme el lujo de perder al lector en las primeras páginas. Le tengo que tener todo el tiempo conmigo. Es una historia compleja, pero no complicada. El ritmo para mí es algo determinante, en general, en todo. No hay que olvidar que mi trabajo es la publicidad.

Escribe en corto: frases cortas, párrafos cortos y capítulos cortos.

El ritmo para mí es muy importante y es algo que intento seguir mejorando en cada trabajo. ¿Por qué? Porque vivimos en una sociedad en la que tienes que acostumbrarte a que alguien que te está leyendo va a mandar un whatsApp a su mujer, a su amigo, a su primo; va a ver algo en Instagram… Vas a tener una convivencia con otros medios por lo que no le puedes poner muy difícil que vuelva a tu historia. El ritmo te ayuda a que no te deje, que no le apetezca ponerse a ver Instagram. Y los capítulos cortos, además, te permiten volver a integrarle en la historia de una forma sencilla. Para mí, el lector está en el centro. Yo asumo entretener como mi principal labor y el lector marca su forma de cómo quiere consumir este tipo de historias.

No vamos a destripar el final, pero las últimas páginas son muy Agatha Christie.

Cierto. Es un homenaje a Agatha Christie, porque siempre había querido hacer lo que hace ella al final de cada caso. Esa situación me parecía mágica. Ese momento final en el que todo encaja. También hago un homenaje a Antonia Scott [la protagonista de la trilogía de la Reina Roja, de Juan Gómez Jurado] y a Tyson Tabares [el protagonista de su anterior libro La congregación].

¿Cómo ha sido el proceso de creación de la novela?

Esta idea es con la que llevo más tiempo en la cabeza porque llevo seis o siete años. Primero escribo un relato corto. Ahí están las claves fundamentales. Y me ayuda a organizar toda la trama. Y a lo largo de la escritura también cambio algunas. Pero el principio y el final están planificados. Técnicamente es la más difícil de todas, sin duda alguna.

Tres libros publicados y primera mujer protagonista. ¿Por qué?

Básicamente por presión familiar. Tengo tres hijas que me decían “papá, ¿qué pasa? Son todos tíos”. Intenté hacerlo bien, porque uno de los aspectos que buscaba era hacer un personaje femenino que fluyese desde la feminidad con normalidad. Lo he intentado hacer bien, si está bien o no, ya lo dirán los lectores. Pero hasta ahora, de las lectoras previas, que eran todas mujeres, todas han dicho que Edén funciona. Primero es una sensación de alivio. Un boomer ha salido indemne del trance. Y segundo, de cierta satisfacción. Ha valido la pena.

Palabras malditas es el título del libro y a lo largo de la novela también aparecen siete palabras malditas, que, a primera vista, no lo parecen, pero con las que “se han cometido las mayores atrocidades de la humanidad”. Son libertad, virtud, belleza, disfrute, verdad, felicidad y amor. ¿Con cuál se queda?

Libertad es la palabra más maldita. Libertad y amor. Son palabras maravillosas que tienen la maldición de ser, en ocasiones, la antesala de la decepción, del crimen, del mal... Sí que tienen ese componente de ser malditas. Me quedo con esas dos, la libertad y el amor, las dos grandes homicidas de la historia.

El malo o la mala del libro marca a sus víctimas con palabras tatuadas en su frente. Es como una metáfora de la sociedad actual. La gente marca de una determinada forma a las personas y es muy complicado o casi imposible cambiar ese tatuaje.

Totalmente de acuerdo. Es un estigma. Es la estigmatización de algo irreversible. Es uno de los elementos más expresivos de la maldad humana: el hecho de no permitir que alguien sea como quiere ser, sino como tú quieres que sea. El estigma en la maldad está al alcance de cualquiera. Para ser un asesino hace falta ser un psicópata y saltarse una línea roja, pero el estigma no. Y de hecho vivimos en una sociedad en la que se vilipendia desde el anonimato.

Me ha sorprendido que, entre la inmensidad de temas que hay, haya destacado el derecho al olvido.

El derecho al olvido es especialmente dramático porque internet se ha convertido, y es una frase literal que digo en el libro, en un estercolero lleno de minas que en cualquier momento cualquier persona puede acudir a ellas y complicar la vida o estigmatizar a alguien.

Le dedica el libro a su mujer. Sobre esto Stephen King dice: “Cada vez que veo una novela dedicada a la mujer (o marido) del autor, sonrío y pienso: este sabe de qué va. Escribir es una labor solitaria y conviene tener a alguien que crea en ti. Tampoco es necesario que hagan discursos. Basta, normalmente, con que te crean”.

Sí, absolutamente es así. En este caso, además, mi mujer es mi primera lectora. Ella es una lectora extraordinaria, una lectora muy cualificada, que escribe mucho mejor que yo, pero lo que pasa es que yo soy un poquito más constante…

¿Y más atrevido?

Posiblemente (sonríe), y, por supuesto, tiene un juicio crítico que para mí es determinante. Es esa luz que te guía también y, como decía Stephen King, es necesario sentir que alguien está de tu parte, incluso para decirte cosas que no funcionan.