Manuel Fernández Blanco | Psicoanalista y psicólogo clínico

“Los adolescentes pretenden no estar determinados por nada, ni siquiera por su propio nombre”

“Educamos mucho más con lo que hacemos que con lo que decimos”

Manuel Fernández, psicoanalista y psicólogo clínico.   | // CARLOS PARDELLAS

Manuel Fernández, psicoanalista y psicólogo clínico. | // CARLOS PARDELLAS / Jacobo Caruncho

La Fundación Paideia acogió este lunes una jornada organizada por la Asociación Emilia Gómez-Adafad en la que distintos profesionales debatieron sobre salud mental y adolescencia. Entre ellos el psicoanalista y psicólogo clínico Manuel Fernández Blanco, que protagonizó una conversación sobre la salud mental en la época de la despatologización. “Hay que evitar una patologización excesiva de problemas de la vida cotidianos, con el riesgo también de una medicalización excesiva”, explica.

¿En qué sentido se está despatologizando la salud mental?

Hay un fenómeno que es aparentemente paradójico. Por un lado, hay en ocasiones una inflación diagnóstica, una tendencia a que los problemas de la existencia, el dolor normal que trae la vida, se conviertan en patologías. Por ejemplo, la tristeza cotidiana puede ser llamada depresión. Y al mismo tiempo, un intento y un empuje a transformar los cuadros clínicos o ciertas patologías en estilos de vida.

¿Qué tipo de patologías ?

Por ejemplo, en el caso del autismo. Estarían los neurotípicos y eso podría clasificarse como una parte de la neurodiversidad. Hay muchos cuadros clínicos que hacen que aquellos que los padecen se agrupen entre sí bajo este intento de transformar la patología en estilos de vida evitando la estigmatización. Por eso esta aparente contradicción, que responde a un fenómeno muy de actualidad.

¿De qué fenómeno habla?

Vivimos en la civilización del igualitarismo universal. La clínica tradicional, que tiene un valor enorme desde el punto de vista de acertar con la realidad clínica, pasa a ser sospechosa de promover categorías discriminatorias estigmatizantes o segregativas.

¿Y en qué se traduce?

Conlleva que en lugar de patologías habrá estilos de vida neurodivergentes que deben ser reconocidos por el derecho. De algún modo tendríamos la tendencia al reconocimiento jurídico de la diversidad.

Ahora hay cuadros clínicos de salud mental cada vez más frecuentes, como la ansiedad o la depresión. ¿También se despatologizan?

La salud mental ha pasado de estar bajo el peso de una estigmatización muy grande, no se reconocía un problema de salud mental porque no parecía como una enfermedad orgánica. Afortunadamente hay una promoción de la salud mental que lleva a que este estigma sea cada vez menor. Muchas personas reconocen tener problemas psíquicos, contribuyendo así a la desestigmatización. Por otra parte hay iniciativas políticas, sanitarias y legislativas para promover la asistencia en salud mental.

¿Se habla a la ligera de problemas de salud mental?

El reconocimiento del sufrimiento psíquico es muy positivo pero hay que evitar una patologización excesiva de problemas de la vida cotidianos, con el riesgo también de una medicalización excesiva, con una respuesta farmacológica inmediata. Hay por un lado la exigencia por parte del sujeto actual de un diagnóstico y al mismo tiempo otra exigencia de despatologización.

¿Cómo afecta todo esto a los adolescentes a día de hoy?

El adolescente hace unas décadas era más introspectivo, ahora privilegia más la imagen, especialmente en las redes sociales Pero un elemento especialmente distintivo de la adolescencia hoy en día es el de que la sexualidad ha dejado de ser enigmática.

¿Cómo afrontan la sexualidad los jóvenes?

Ahora recurren al porno, cada vez de forma más precoz, lo que produce una trivialización del sexo.

¿En qué otros aspectos ha cambiado la juventud?

La adolescencia cada vez está más cortada del pasado. Los adolescentes actuales son cada vez más ahistóricos, conocen menos sus antecedentes familiares, y pretenden no estar determinados por nada, ni siquiera por su propio nombre. Para evitar los efectos nocivos de este corte con la historia es importante que el adulto no renuncie a entrometerse en su mundo.

¿De qué manera?

Hay que buscar espacios donde la palabra pueda circular. En la medida en que cada uno está con su pantalla, eso es cada vez más difícil. Hay que buscar estrategias, porque siempre hay un momento, no hay que exigir. Si se hace, se comprueba que el adolescente responde.

¿De qué se quejan los adolescentes?

Sobre todo de incomprensión, de injusticia, de que no les entienden. Y exigen respeto. De algún modo el adolescente dice qué bueno sería ser respetado por alguien que mereciera mi respeto. Pero para merecer ese respeto hay que intentar transmitir hacia el adolescente un deseo que no sea anónimo.

¿A qué se refiere?

Hoy en día cuando se pregunta qué se quiere para un hijo, la respuesta es que sea feliz. Pero sin individualizar un deseo particular para cada uno. Que sea feliz es un mandato imposible. La felicidad es un bien escaso a lo largo de la vida. Los momentos de felicidad son tan escasos que a veces los recordamos todos. Pero, si es posible transmitir un deseo que al niño le sirva de brújula. No una fórmula que no lo singularice.

¿Saben los padres escuchar a los hijos?

Escuchar no es fácil, sobre todo si no se comparte la lógica del aislamiento del adolescente. Educamos mucho más con lo que hacemos que con lo que decimos. Los padres tienen que dar muestras de que se prohiben lo que al adolescente le prohiben. Por ejemplo, un uso abusivo de las pantallas. O que muestren interés por lo que le piden al adolescente que se interese.

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