Opinión

Mareando la perdiz

Viandantes en el muelle de Calvo Sotelo.

Viandantes en el muelle de Calvo Sotelo. / Carlos Pardellas

María Carreiro y Cándido López*

Transcurridas dos décadas desde la firma de los convenios de 2004, que asignaban una elevada edificabilidad en el espacio portuario de A Coruña, y tras numerosos comunicados y noticias, tanto en la prensa como en los medios radiofónicos, especialmente en estos últimos meses, resulta difícil acallar a las meninges, mareadas por un paseo informativo en bucle.

La expresión cinegética marear la perdiz posee un significado de mera táctica dilatoria: hacer perder, intencionadamente, el tiempo con rodeos, circunloquios o dilaciones para retrasar u obstaculizar la resolución de un problema. Pues esto es lo que sucede con las actuaciones de las diversas administraciones implicadas en el uso y aprovechamiento de los terrenos del puerto ubicados en el centro de nuestra urbe: Concello de A Coruña, Xunta de Galicia, Autoridad Portuaria y Puertos del Estado.

Por un lado, el Concello de A Coruña desatiende la posible reconversión y la utilización de un edificio, el centro comercial Los Cantones Village, en el borde costero. Para más inri, alimenta la idea de crear un nuevo edificio emblemático, estilo Fundación Botín de Santander. Así mismo, se entretiene en acciones desconcertantes, desde acoger exposiciones de arquitectura en la planta alta del mercado de San Agustín —que languidece comercialmente— hasta lanzar la idea de ampliación del estadio de Riazor para dar cabida a 40.000 personas con el fin de postularse como sede para el Mundial de fútbol de 2030.

Por otro, la Xunta de Galicia se propone concentrar sus inversiones económicas en la reforma y ampliación del Chuac en su ubicación actual, así como en la construcción de la intermodal en el barrio de Os Mallos. En el primero de los casos, acumulando tantos retrasos como la llegada de los trenes Avril a Galicia. En el segundo, obviando los problemas de tráfico que se derivan de una concentración de movimientos peatonales y de vehículos en un entorno que no dispone de una adecuada estructura vial.

Por su parte, la Autoridad Portuaria —el nombramiento de su presidencia recae en el Gobierno autonómico— pone a disposición de una fundación privada la concesión, durante un significativo período de tiempo, de una parte de los terrenos del muelle de Batería, comprometiendo con ello su destino. A la vez destina una parte de sus recursos a la creación de una playa artificial, de madera, en O Parrote. El mantenimiento de esta instalación, incluso aun cuando se gestione a través de una concesión administrativa, seguramente distraerá medios para enfrentarse a necesidades más perentorias. En cualquier caso, las actuales instalaciones construidas en ese borde marítimo, desocupadas, evidencian que algo no funciona adecuadamente.

Y qué decir de Puertos del Estado, que mantiene contra viento y marea una petición económica inasumible, desoyendo las solicitudes de una condonación de la deuda y la reversión a la ciudad de un suelo que le es afecto desde tiempos… ¿inmemoriales? Pero lo que parece más cierto es que el parné escasea o, quizás, que no se quiere disponer de él para liberar los terrenos portuarios y que, manteniendo su titularidad pública, puedan ser usadas por la ciudadanía.

A este conjunto de organismos públicos, han de sumarse los numerosos expertos consultados. Unos, eruditos universitarios que asesoran con informes remunerados, reclamando prudentemente todo tipo de planes, desde estratégicos a urbanizadores. Las conclusiones que alcanzan, en forma de propuestas y determinaciones, muestran una actitud equidistante, no vaya a ser que molesten a sus comitentes. Entretanto, en su cotidianeidad muestran preocupación por el paisaje. Incluso proponen titulaciones. Otros, versados profesionales, se postulan como defensores de la legalidad y la normativa urbanística, que actúan en representación de la ciudadanía y/u otros técnicos. Desde ahí, ofrecen cobertura a la inacción.

Mientras, el tiempo avanza. Todos estos actores que semejan desplegar biempensantes ideas e intenciones —nosotros también las tenemos— y que parecen atender al interés colectivo, nos sitúan en el punto de partida inicial. Sin duda, se anclan en pretextos, despejan a córner y marean la perdiz esperando mejor ocasión o, tal vez, a que pasen los tiempos electorales —los cuales, por cierto, nunca terminan de pasar—. Sin embargo, A Coruña reclama ese espacio. Lo necesita.

*Profesores e investigadores en la Escuela de Arquitectura de la Universidade da Coruña