Desde Zeus, "un perfecto semental", hasta César y Augusto, pasando por París, la historia está llena de donjuanes. A ellos, y a los estragos que causaron entre las mujeres seducidas y los maridos cornudos, dedicó ayer su discurso de ingreso en la Real Academia Española el latinista Juan Gil Fernández.

El burlador y sus estragos es el título que Gil Fernández, uno de los más destacados latinistas españoles, dio a su discurso, en el que se centró en la obra capital de Tirso de Molina, El burlador de Sevilla y convidado de piedra, para buscar en la literatura grecolatina elementos de parangón al mito de don Juan.

Fue un recorrido ameno, erudito y apasionado -de pasiones iba la cosa- por los antecedentes de don Juan, el famoso tocayo del nuevo académico con el que, "por desgracia o por fortuna", solo comparte "el nombre y el lugar de residencia (Sevilla), si es que un hombre tan arrebatado y fugaz como el burlador tuvo asiento en alguna parte", dijo el latinista.

El sillón de Delibes

Antes de entrar en materia, Gil Fernández realizó el elogio de su antecesor en el sillón "e", Miguel Delibes, "uno de los mejores novelistas del siglo XX" y "un hombre de bien". "Enemigo acérrimo de todo dogmatismo inquisitorial, con su inteligencia, tesón y hombría de bien ennobleció el difícil arte del periodismo", en tiempos "nada propicios para la libertad de prensa", subrayó.

En el mundo, diría el nuevo académico al comienzo de su discurso, "no faltaron ilustres predecesores" del libertino de don Juan, entre ellos el poderoso César, "hombre de moralidad disoluta" al que Curión el Viejo llamó "marido de todas las mujeres y mujer de todos los hombres".

Pero es en la literatura helénica donde "hay un sinfín de burladores", aunque solo existen en el plano de los dioses. "Zeus es el perfecto burlador", que no cesó de "seducir por igual a doncellas y a jovencitos" y utilizó todo tipo de "añagazas" para llevar a cabo sus planes, y, si tenía que convertirse en cisne para seducir a Leda o en toro para raptar a Europa, lo hacía sin dudar. Igual que Zeus, el burlador de Tirso ponía en práctica "sin pensárselo dos veces los dictados de su instinto natural".

Gil se remontó a la antigua Grecia para encontrar al "único galán que resiste la comparación con el burlador de Sevilla: Paris, el hijo de Príamo y Hécuba, el raptor de Helena".