Alcaraz descubre el paraíso en la tierra roja de París

El tenista murciano, monumental en su remontada, conquista su primer Roland Garros tras ganar en cinco sets a Alexander Zverev en una épica final - Es el décimo español que reina en el torneo

jaume pujol-galceran Enviado especial

Una última derecha después de 4 horas y 19 minutos. Tras una agónica batalla a cinco sets. Carlos Alcaraz supo que el paraíso está en esa tierra roja sobre la que se echó de espaldas. Igual que había hecho Rafael Nadal con su primer triunfo en 2005.

Alcaraz ya tiene su primer Roland Garros. Sufrió para conseguirlo. Pero sacó su orgullo, cabeza, corazón y piernas para conseguir un triunfo para la historia de un tenista que pocas veces, nunca, pierde finales. Esos partidos están para ganarlos.

Necesitó cinco sets para imponerse a Alexander Zverev. Lo logró para dar la vuelta al marcador y dejar su nombre en la lista de campeones del Grand Slam francés. Su gran sueño de niño. Nadal ya tiene su heredero, que deja su huella sobre la tierra de la Philippe Chatrier para convertirse en el décimo español, hombre o mujer, que conquista la gloria en París. Björn Borg, seis veces campeón del torneo y rey de esa tierra, le entregó la Copa de Los Mosqueteros.

Alcaraz es, con 21 años y 35 días, el más joven de la historia en tener tres Grand Slams en las tres superficies del juego tras sus títulos en el US Open 2022 (duro) y Wimbledon 2023 (césped). Nadal tenía el récord anterior, con 22 años y 7 meses.

El murciano lo hizo a lo grande. Sufriendo como también lo había hecho el viernes ante Jannick Sinner, en cinco sets y remontando también el partido, en cuatro horas, ganado al que este lunes aparecerá como nuevo número uno mundial. En esa lucha, de momento, Alcaraz no está porque aún defiende en julio los títulos de Queen’s y Wimbledon, pero lo estará al final de la temporada. Seguro.

Zverev no empezó bien. Dos dobles faltas seguidas y cambio de raqueta para perder el servicio. Inédito en una final. Los nervios también le costaron una doble falta a Alcaraz y ceder su saque (1-1). Pero Zverev falló aún más. Una doble rotura del saque de alemán le daba el primer set a Alcaraz. El servicio del alemán no funcionaba y, sin esa arma (64 aces en el torneo), su tenis baja mucho.

No mejoró el inicio de la segunda manga. Zverev dejó escapar tres puntos de break de salida. Se quejaba a su palco. Alcaraz iba a lo suyo. El alemán logró romper el servicio de Alcaraz (3-2) y esa ventaja hizo que empezara a creer en sus opciones. Mejoró su servicio, tanto en porcentaje (77% de primeros) como en velocidad (no bajaba de los 200 km/h). Ganó cinco juegos seguidos hasta hacer un nuevo break que le daba el segundo set.

Queja por la pista

Zverev parecía lanzado, al menos con su saque. Tres juegos en blanco y 14 puntos seguidos. Pero en el siguiente, el alemán se atrapó para encajar un 0-40 con viento en contra y Alcaraz animándose con golpes ganadores. Puño al aire y gesto hacia su palco, que no ocultaba su preocupación. “Créetelo, créetelo”, decía Ferrero. Y de una tacada estaba 5-2. Todo parecía en su sitio.

Al otro lado de la red, Zverev, frío, concentrado, se olvidó de los tres break points que se le habían escapado. Insistió. En juego estaba un título de Grand Slam. Apretó los dientes para hacer dos breaks seguidos y adelantarse 6-5. Alcaraz se quejó al árbitro del estado del fondo de la pista. “Es una final de Grand Slam en tierra, y parece pista dura”.

Alcaraz reaccionó. Devolvió cuatro juegos seguidos y dos breaks, pero cedió el siguiente (4-1), para pedir atención médica y un masaje en el muslo izquierdo. No lo aprovechó Zverev, que no ganó ningún juego más. Un set difícil de explicar. Lleno de despropósitos y que finalizó con una nueva atención del fisio a Alcaraz, esta vez en su pierna derecha.

Tras tres horas y media empezaba un nuevo partido, a un set. A cara o cruz. El último esfuerzo. Tocaba sufrir. Zverev empezó con la ventaja de sacar primero. Le duró poco. Dos errores de volea, una doble falta y un revés fuera le costaban el break.

Intentó recuperarlo Zverev, que vio cómo se le escapaba un 0-40, por un juego más conservador que se alargó 10 minutos hasta que el tenista murciano lo salvó. “Las finales no se juegan, se ganan”, había dicho. Y eso estaba dispuesto a hacer. Cojo o como fuera. Una proeza a lo Nadal. No quería marcharse de la Philippe Chatrier con un sabor agridulce por una derrota. Zverev le ayudó. El alemán no reaccionaba. Estaba conservador y encadenaba errores fáciles, uno tras otro (41 en el partido) Y eso que Alcaraz le superó (56 no forzados). Dejó escapar un break point (ganó solo 6 de 23). Demasiada ventaja. Alcaraz tomó la directa a la victoria encadenando seis juegos seguidos.

La cara de Zverev, hundido en su silla, era un poema. Se le volvía a escapar una final de Grand Slam como en 2020 en el Abierto de Estados Unidos ante Dominic Thiem. Entonces fue por “dos puntos”. Ayer fue más dura.