Una carrera como el Giro no solo se gana atacando en los momentos clave. El triunfo, en ocasiones, llega al camuflar el día malo que cualquier figura siempre acostumbra a tener en una prueba de tres semanas. Y, como ayer, cuando la maglia rosa no puede esconder que las piernas no responden igual que en etapas precedentes, entonces es el momento de resistir, de perder el menor tiempo posible y, sobre todo, encomendarse a la gracia divina de tener a un gregario llamado Daniel Felipe Martínez al lado, que anima para que Egan Bernal, el afectado, compruebe que no está solo mientras asciende con torpeza por las cumbres de Italia.

La figura de Miguel Induráin siempre sirve como ejemplo; no solo en la gloria de las victorias, sino para explicar cómo superaba los momentos de crisis. En 1993, en el último suspiro de la montaña, a punto estuvo de perder el Giro en las cuestas de Oropa. Un letón llamado Piotr Ugrumov lo puso contra las cuerdas y su director, José Miguel Echávarri, en el coche, se saltó todos los controles y se ganó una buena multa solo para sacar la cabeza por la ventanilla y gritarle a Induráin que su rival estaba a ocho segundos.

En un momento determinado, en las rampas más duras y mientras Dan Martin se dirigía a la meta para imponerse en solitario, Bernal se soltó para dejar terreno de por medio a Yates. Y suerte tuvo que a su lado estaba su compatriota y compañero en el Ineos, Daniel Martínez, para animarlo y marcarle un ritmo que solo le hiciera temblar pero que al final no le ocasionase un problema insalvable. Para mayor fortuna, Damiano Caruso se había soltado antes que él. El segundo clasificado, que pedaleaba por detrás, solo pudo conectar con el líder y conseguir luego en la meta una escasa renta de tres segundos.