Fútbol - Liga de Campeones

El Barça no acaba nada en Nápoles

Al desnortado equipo napolitano le basta con un disparo entre palos de Osimhen para arrancar un empate a un Barcelona que no supo sacar rédito a su buen inicio

Robert Lewandowsky disputa un balón a Rrahmani, jugador del Nápoles. |  // CIRO FUSCO

Robert Lewandowsky disputa un balón a Rrahmani, jugador del Nápoles. | // CIRO FUSCO / Francisco Cabezas

Francisco Cabezas

Sin aliento y tiritando. Así cerró la noche el Barcelona en el viejo Stadio Diego Armando Maradona, donde se vistió de gala para acabar en cueros, y a expensas de la vuelta en Montjuïc, para saber si merece una plaza en los cuartos de final de la Champions. El Nápoles, que bastante tiene con soportar su propio manicomio, le arrancó un empate en su único disparo entre palos.

La advirtieron los futbolistas del Nápoles, que salieron al campo desnortados y sin tener ni idea de cómo ponerse, cómo atacar o defender o a quién demonios pasar la pelota. Normal. Los campeones del último Scudetto, marionetas en manos de los caprichos de serie B del mecenas Aurelio De Laurentiis, acababan de estrenar su tercer entrenador de la temporada, Francesco Calzona. Lobotka, que debía ser el presunto cerebro en el centro del campo, vivía con los brazos abiertos mientras el jugador franquicia, Osimhen, corría sin rumbo y con el instinto suicida de las motillos napolitanas, y Kvaratskhelia, el artista encorvado, veía en Koundé a un defensor sin igual. Sintomático.

Aunque no sería justo restar durante ese tramo el mérito a un Barça de Xavi que, esta vez sí, compareció en el campo dispuesto a reconocerse. Durante una gran primera media hora pese a la tradicional ineficacia de cara a puerta, los jugadores barcelonistas ejecutaron una bonita coreografía de la que todos se sintieron partícipes. Gündogan se sintió líder y, con un acordeón en las manos, no tenía más que ir advirtiendo dónde se abrían las estepas creadas tras un gran ejercicio de constante presión. Es decir, lo que venía esperándose tanto tiempo del equipo.

Semejante dominio se tradujo en claras ocasiones, pero no en goles. Lamine Yamal se apuntó las dos primeras, aunque no pudo orientar bien en el botín en ambas. Mucho más cerca de la meta estuvo Lewandowski, que llegó a tiempo para poner la punta del pie a centro del insistente Cancelo. El portero Meret, determinante en ese primer acto, repelió el cuero con los pies. No contento con ello, el meta del Nápoles se convenció de que podía ser su noche al sacar los puños ante otro disparo rival, esta vez de Gündogan desde la frontal. El Nápoles, por su parte, ni se acercó a Ter Stegen en todo el primer tiempo.

Gündogan arrancó la segunda parte con una caricia al balón que agradeció Meret. Pero aquello no fue más que el preámbulo del único golpe azulgrana. Pedri venía deslizándose entre líneas sin que Calzona supiera a quién ordenar el marcaje del canario, que jugó con una anarquía absoluta. Y Pedri, que venía de hacer un partido pobrísimo en Vigo, se desquitó con una asistencia que destripó al Nápoles. Tomó el regalo Lewandowski, en pleno nirvana goleador (cinco tantos en los últimos cuatro encuentros). El polaco lo hizo todo sencillo, como corresponde a su oficio. Di Lorenzo y Juan Jesus se vencieron con el control del ariete, y Meret se vio derrotado ante el latigazo junto al palo.

Calzona optó por la valentía. Se quitó de encima a Kvaratskhelia sin complejos. Aprovechó el progresivo desaliento que vio en las filas del Barcelona. Y Osimhen, la primera vez que recibió en el área, le ganó el duelo a Iñigo Martínez y batió tan pancho a Ter Stegen en el primer disparo a puerta del Nápoles. Lewandowski miró hacia arriba. Pero quizá no viera el cielo, sino los hierros oxidados de la cubierta del viejo San Paolo. En Nápoles se comprende la pena mejor que en ningún otro sitio.