-¿Es la mayor exposición de la obra de Maruja Mallo?

-Hasta ahora, es la más exhaustiva. Hacer una exposición de Maruja Mallo es muy difícil porque su obra está muy dispersa, sobre todo en América, donde se quedaron serias enteras, pero Maruja era muy ordenada con su obra, guardaba la lista de sus clientes, todo lo tenía apuntado. Dejó muy bien armada su obra, incluso documentada con fotografías.

-Usted la conoció.

-Sí, era un personaje fascinante. Los de mi generación empezamos a familiarizarnos con Maruja Mallo a principios de los años años ochenta, veíamos su obra y la veíamos a ella. Me la presentaron en una cena en 1979, a raíz de una exposición en la galería Ruiz Castillo, en Madrid. Era una mujer absolutamente brillante y vital, comunicaba alegría.

-Se contaba que iba desnuda bajo su abrigo de piel.

-Se dice siempre. Su famoso abrigo de lince... Yo siempre la vi vestida. Ella decía que era naturista en su casa pero de su vida privada no hablaba, era muy reservada; hablaba de su obra. Cuando le hablaban de su figura transgresora y de los novios que se le atribuía, ella sonreía y callaba.

-Fue El rayo que no cesa para Miguel Hernández.

-Sí, pero su novio oficial, el más importante fue Alberti, que la trató muy mal. En La arboleda perdida la ignora, como si no existiera, aunque al final, en uno de sus últimos artículos, le pide perdón y reconoce que fue un acto de cobardía. Dicen que María Teresa León no quería saber nada de ella. Cuando hacían juntos la obra teatral La pájara pinta, pidieron una beca para estudiar en París, y se fueron, pero por separado, y él, con Teresa León. Luego coincidieron en el exilio y más tarde, a su regreso, en España, pero evitaban saludarse. Maruja era la novia en Madrid de Miguel Hernández pero en Orihuela tenía a Josefina, que es con la que se casó. Maruja era una mujer libre y sin compromiso.

-¿Y Neruda?

-Cuando se lo mencionaban, sonreía, ¿quién sabe? En Argentina se supone que estuvo con un hombre ajeno al mundo de la creación.

-Hay una foto en la que aparece en Madrid con Warhol.

-Fue con motivo de la exposición de Warhol en Vijande, en Madrid, y Maruja estaba allí. A Warhol le llamó mucho la atención.

-¿Dónde sitúa a Maruja Mallo como artista?

-Yo creo que es la pintora española más grande del siglo XX. Su obra es muy potente, muy rigurosa, cerrada, con una evolución plástica muy singular. Es un caso aparte, una pintora con un atractivo tremendo. Maruja sigue seduciendo, siempre fue una gran seductora.

-Trabajaba con gran rigor.

-Esta exposición hace hincapié en eso, en las tripas de su obra, las formas, sus trazados armónicos, cómo trabaja hasta el último detalle. Es un proceso de gestación muy largo hasta que desemboca en óleo. No tiene mucha obra porque dedica mucho trabajo a cada cuadro. Un grupo de personas tenemos la intención de establecer un catálogo razonado, que se lo merece. Contamos con el archivo de la propia Maruja, y eso ayuda mucho.

-Hay una importante relación numérica en la obra de Mallo.

-De vuelta de París, en 1932, entra en un proceso creativo muy intenso, persigue la armonía, la matemática, busca la construcción íntima de la naturaleza, y a partir de 1933 construye un sistema numérico armónico. Es muy pitagórica.

-Usa compás, regla y cartabón.

-Sí, busca la proporción perfecta y ve que lo puede aplicar a todo y le sale una obra viva y vibrante. Cuando lo aplica a la figura humana, en la serie La religión en el trabajo, hecha durante la Guerra Civil, confía que del caos salga el nuevo hombre y la armonía, pero, desgraciadamente, no ocurre y se queda en América para hacer una obra que es todo vitalidad. Ella misma reconoció que América la enriqueció, e hizo obras como Los moradores del vacío o Los viajantes del éter.

-También está la Maruja de las Verbenas.

-Las Verbenas y las Estampas. Reunimos varias en la exposición, es el mundo popular de la primera época. Reflejan lo que tiene la fiesta de liberación y de alegría de vivir. Su primera exposición en Madrid tuvo una repercusión apoteósica y ella se convirtió en la referencia para los demás artistas.

-¿Su relación con Galicia?

-Poca, porque la familia se estableció en Madrid. Su madre era gallega y ella volvió a Galicia antes de la guerra, se inscribió en las Misiones Pedagógicas y cuando estalló la contienda estaba con sus tíos en Tui y logró pasar a Portugal. Escribió un relato atroz de la guerra, una crónica espeluznante que se publicó en 1938 en La Vanguardia.

-¿Queda familia cercana?

-Algún hermano, muchos sobrinos y algunos primos. Maruja tendría hoy 107 años y era la mayor de muchos hermanos, de los que quedan los menores. Los hermanos eran una piña. Su padre, culto y liberal, siempre apoyó a sus dos hijos artistas, Maruja y Cristino

-Acabó sus días sola en una residencia de Madrid.

-Era muy libre y muy independiente. Al volver de Buenos Aires se fue a un hotel, luego a un apartamento al lado de casa de sus hermanos, en la calle Núñez de Balboa, y, cuando cayó enferma, se fue a una residencia y su hermano Emilio la cuidó. Se corrió la voz de que su familia no quería que fuesen a verla, pero es falso. En 1990 quisimos hacer una exposición y nos pusimos en contacto con su hermano y a partir de entonces yo iba a verla prácticamente todos los domingos, y siguió toda la organización de la muestra de 1992 (Galería Guillermo de Osma, en Madrid) y de la de 1993 (en el CGAC, en Santiago). Paloma Chamorro hizo un documental para el programa de televisión La Edad de Oro y se lo proyectó en su cuarto. La única pena es que, después de unos años sin verla, cuando la reencontré ya no estaba en las mismas condiciones y, aunque seguía las conversaciones, éramos las visitas quienes le hablábamos. Le hacía mucha gracia que yo hubiese nacido en Mar del Plata y siempre quería que le hablase de Argentina, porque allí pasó la etapa más feliz y plena de su vida. Era muy brillante y divertida. Me reí con ella a carcajadas.