Hace un año, Jorge M. Reverte sufrió un ictus que lo dejó maltrecho. Pero, tras ver muy de cerca la muerte, decidió que valía la pena seguir en este mundo y disfrutar de ciertos placeres. Cómo iba a privarse de lo que más le gustaba, la escritura y el vino. Tenía que vivir, y debía vivir para contarlo. Y eso es lo que hace en Inútilmente guapo. Mi batalla contra el ictus (La esfera de los libros), la crónica de su propio drama, donde relata las consecuencias de lo ocurrido aquel maldito 9 de septiembre y da cuenta del "balance de daños".

Visión doble, serias dificultades para hablar o comer y el brazo y la pierna derecha sin músculo ni movimiento. "Así contado, no parece tanta cosa", dice el escritor y periodista. "Pero a mí me parece demasiado para mis méritos". "Estoy hecho un asco". "Aún así, mi mujer y algunas amigas dicen que estoy muy guapo".

"Yo he encontrado una respuesta de la que me siento orgulloso: Inútilmente guapo". Así explica Jorge M. Reverte (Madrid, 1948) el título del libro, una narración lúcida, llena de humor y de valentía de su experiencia. Y, por qué no decirlo, muy amena, a pesar de la crudeza.

El libro no es sólo el relato de cómo fue librando esta guerra a pecho descubierto desde su ingreso en urgencias del hospital Clínico de Madrid, sino también un canto a la amistad. Por sus páginas discurren los nombres de decenas de amigos y de los miembros del personal sanitario que lo ha atendido -y lo sigue cuidando-. Porque Inútilmente guapo es también un homenaje a la sanidad pública española, que le ha salvado, y un reconocimiento a las llamadas Mareas blancas y al doctor Montes, presidente de la Asociación Derecho a Morir Dignamente, otrora vituperado por el Gobierno de Esperanza Aguirre por las sedaciones terminales en el hospital de Leganés.

Autor de la saga del periodista Gálvez y de libros como La batalla del Ebro, Reverte ya había publicado en El País, periódico del que es columnista, un largo reportaje sobre su ictus, que es el germen de este libro. También había reivindicado del derecho a una muerte digna en otro reportaje que le valió el Premio Ortega y Gasset de periodismo en 2008, en el que narraba los últimos días de su madre, aquejada de cáncer, y cómo los hijos le procuraron un tránsito menos terrible cuando ya no había nada que hacer.

Dice que va soportando el trance gracias a su sentido del humor. Y es cierto. De lo cual dan crédito algunos los capítulos en los que se divide el libro: Elogio de la Thermomix, Libros por huevos, Las medias de la vecina, Gafas de quitar espinillas, El espesante y el propio título del libro.

El humor, y los amigos, que hace un par de días rebosaban la librería madrileña Tipos Infames, en su barrio de Malasaña. El doctor Montes, el neurocientífico Esteban García-Albea y su hermano Javier Reverte, conocido autor de libros de viajes y que también se vio al borde de la muerte en una de sus aventuras, presentaron el volumen.

Pero este libro, y la victoria de la superviviencia, es en gran medida fruto del amor, el tesón y la gran capacidad de aprendizaje y adaptación a la nueva vida de su mujer, la periodista Mercedes Fonseca, y de su hijo Mario.

A pesar de su trabajo, Mercedes apenas le deja un momento solo. Le da mimo, comidas de Thermomix y es la colaboradora indispensable para hacer llegar al papel impreso lo que escribe Jorge, que continúa publicando artículos todas las semanas.

Escribir y el vino. Jorge quiso seguir viviendo para disfrutar de ambas cosas. Lo de escribir ha quedado sobradamente acreditado y lo del vino lo pueden comprobar sus amigos, cuando Mercedes le echa el inevitable espesante en la copa. Porque Jorge sostiene que es mucho mejor beber un Vega Sicilia con espesante que no beber, cosa en la que le apoya el dueño de El Cocinillas, el restaurante cercano a su casa al que no renuncia ir a tomar unas carrilleras pasadas por la Turmix.

Descubrió también que podía seguir tomando algún cóctel que otro: "Fue una maravilla descubrir el Bloody Mary. Gracias a la textura de cualquier jugo de tomate todos los enfermos de inundaciones o sequías cerebrales pueden seguir con su alcoholismo con tranquilidad".

"Hice una reunión de neurólogos, presidida por mi amigo Esteban García-Alea. Y les conminé a que me dijeran qué problema había con beber y padecer esta salvajada. No salió ninguno", se reconforta Jorge en el libro, y añade: "Aún no sé cómo aguantaría un gin-tonic la cosa del espesante". Tiene, pues, ese reto pendiente, porque quiere creer que "en principio, el ictus y el alcohol se ignoran mutuamente".

Inútilmente guapo es, como dice el propio autor, una investigación de la muerte llevada a cabo por un enviado especial al más allá: "¡Es que soy periodista!", le decía, siempre irónico, a su colega Juan Cruz .

Sabía que estaba ante la muerte. "Se dejaba uno llevar y ya está, no había vuelta", rememora Reverte, "todo era muy fluido": "Y en un momento dado, eso sí, se me planteó decidir si seguía adelante o me quedaba en este mundo".

"Es verdad -narra- que lo de optar por morirse o no es absolutamente decisivo. Si a uno le pegan un tiro en la cabeza, imagino que no tiene capacidad decisoria. Pero la muerte que a mí se me ofrecía tenía mucho que ver con la voluntad". "Y decidí vivir. Las sonrisas de Mercedes y de Mario, las de mis hermanos y amigos, tuvieron mucho que ver. Seguro".