Afectados del Alvia denuncian que la seguridad consistía en frenar al ver un chalé

Familiares de víctimas critican que el medio “más seguro” resultó ser “una chapuza” | La juez censura a las aseguradoras investigar a los perjudicados y les insta a ceñirse a la causa

Testigos del juicio llegan a la Cidade da Cultura. |   // XOÁN ÁLVAREZ

Testigos del juicio llegan a la Cidade da Cultura. | // XOÁN ÁLVAREZ / C. V.

C. V.

El 24 de julio de 2013 Galicia se puso de luto. Lo que iba a ser una gran fiesta se convirtió en una tragedia: 80 fallecidos y alrededor de 145 heridos. Cuando aquel Alvia descarriló, con él descarrilaron muchas vidas. Los propios supervivientes, los que lo lograron, y sus familiares lo han contado estas dos últimas semanas del juicio y sus testimonios culminaron ayer con casi veinte relatos que retoman el dolor de aquellos días y dan fe del cambio que supuso en sus existencias, a veces hasta el punto de convertir a personas “sanas y autónomas” en “dependientes” o de dejarlas incapacitadas para su trabajo.

En esos relatos no faltan las denuncias acerca de las medidas de seguridad del tren que, ironiza alguno, escogieron porque se les “vendía” como un medio “seguro” cuando esa seguridad consistía en “ver un chalé y frenar”, como apuntó la madre de dos niñas que viajaban aquel día. “Una chapuza”, resumió el padre de un chico que entonces tenía 16 años y al que le cuesta aún hoy tomar trenes o aviones.

El progenitor de este joven fue el primero en manifestar sus críticas. “Había vallas publicitarias por todos los lados diciendo que la alta velocidad a Galicia se estrenaba y que era el medio más seguro de llegar a Galicia”, expuso, para añadir que “luego se ha demostrado que todo ha sido una chapuza, pero en su momento creíamos que estábamos en buenas manos”.

“Recuerdo quedarme totalmente en shock durante bastante tiempo sin poder reaccionar, viendo un escenario apocalíptico”, contó su hijo sobre el accidente. Tras eso, precisó asistencia psicológica porque el “mayor daño” fueron las secuelas en forma de “problemas” para desplazarse. El que un abogado de Allianz (aseguradora de Adif) los pusiera en cuestión al apuntar que el joven había ido a Venecia —el chico indicó que tuvo que volver de Italia en barco— motivaron que la juez reprendiera al letrado, que aludió a información en “redes públicas”: “No sé si tiene investigadores privados”, reprochó la juez, para instarle a utilizar datos que constan en la causa.

Otra de las víctimas de aquella noche fue un chico de 22 años que acudía a Galicia para festejar las bodas de plata de sus padres. Lo contó su progenitor porque su madre no pudo declarar de tan “afectada”. Hasta el día siguiente a las cinco de la tarde no les dijeron que su único hijo había fallecido. A partir de ahí “cambió todo”. “Hemos perdido un hijo. Hemos perdido lo que teníamos”, contestó a un letrado que también fue cuestionado por la juez por su interrogatorio.

La mujer de mediana edad que le sucedió como testigo no perdió a un hijo. De hecho, se alegró “muchísimo” de haber decidido que su vástago más pequeño no la acompañase. Pero perdió su vida tal y como la conocía: su faceta profesional como arquitecta y su tesis doctoral se quedaron en la curva de A Grandeira. Tras un mes en coma y daño cerebral, sigue en rehabilitación, con medicación y en psicoterapia “continuamente”. “Era una persona sana, autónoma, y pasé a ser una persona dependiente”, lamentó, indicando que sus secuelas son “de por vida”. “Todos cambiamos en la vida, pero en su caso fue radical”, concedió su marido, quien explica que tiene que haber alguien “siempre” pendiente de ella.

En la vista el padre de dos niñas que sobrevivieron al siniestro explicó cómo la más pequeña, 8 años entonces, sufrió “todo tipo de consecuencias psicológicas” que “van a más”, teniendo en cuenta que fue “de las últimas evacuadas del tren” y “todo el horror” que tuvo que pasar, mientras que las secuelas físicas de la mayor, que declaró también problemas psicológicos, la obligaron a prescindir del deporte y de la posibilidad de que eso le diese acceso a una beca en Estados Unidos para estudiar en la universidad.

La madre de las niñas, que resaltó como ambas vieron “truncada su infancia y su adolescencia”, explicó que pensaron que “la mejor manera” de ir de Madrid a Galicia era el tren. “El tren de alta velocidad se vendía como seguro, cómodo y con las tecnologías más avanzadas en materia de seguridad y la realidad era totalmente distinta”, indicó: “La medida que había era ver un chalé y frenar. En fin, sin comentarios”.

Otras víctimas explicaron cómo no han podido volver a trabajar desde el siniestro por las secuelas o no han sido capaces de subirse de nuevo a un tren. El último testigo, que habló en nombre de su madre porque el proceso “le hace un daño terrible”, se despidió diciendo: “Lo único que quiere mi madre es que este juicio se acabe y que ella vea la sentencia”.

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