Entrevista | Miguel Ángel Basanta Escritor, presenta su novela 'Olvidados de la casa de Dios. La búsqueda' este miércoles en O Burgo

“Parece que solo ha habido una guerra civil, y en el siglo XIX hubo varias y no aprendimos”

“Luciano, el protagonista, debía de ser un hombre que creía que podía cambiar el mundo”

Miguel Ángel Basanta, ayer, ante la iglesia de O Burgo, donde comienza la novela.   | // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA

Miguel Ángel Basanta, ayer, ante la iglesia de O Burgo, donde comienza la novela. | // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA / Sara Vázquez

Con un poema de Rosalía de Castro sobre los cementerios de Galicia comienza la novela histórica Olvidados de la casa de Dios. La búsqueda, la primera parte de una trilogía que su autor, Miguel Ángel Basanta, presenta hoy a las 19.00 en Servizos Múltiples de O Burgo, junto al exhistoriador municipal de Culleredo, Carlos Pereira, y mañana a las 20.00 en Carral. El protagonista, Luciano, sale de su Almeiras natal, donde era maestro, para incorporarse al cuerpo de carabineros del rey y recorrer buena parte de un país marcado por las guerras carlistas, etapa a la que el autor aporta contexto y que aborda “sin distingos entre buenos y malos” sino desde la perspectiva de “una situación de las dos Españas de siempre”. “Parece que solo ha habido una guerra civil, y en el siglo XIX hubo varias y no aprendimos”, sostiene.

¿Cómo surge la novela?

Cuando voy a investigar sobre ese chico sobre el que iba a escribir, el narrador cuenta que había ido a Menorca para escribir un guión sobre un amigo suyo fallecido recientemente que estuvo en un conocido penal de la isla, en Mahón, donde había un penal militar. Y entonces, obligado a regresar a la península, empieza a investigar a ver qué había de cierto sobre lo que decían en los años 70 del siglo XX sobre la familia de este amigo que había fallecido recientemente, a buscar en el cementerio de Torrero de Zaragoza. Esto es real. Encuentro dos miembros de un cuerpo del que nunca había oído hablar, ni él, ni su amigo, ni la familia de su amigo. Dos miembros del cuerpo de carabineros del rey. Y ahí empieza la historia. La trama son dos familias, una sale de Galicia, la otra de la provincia de Zaragoza, y al final se juntan. Y para compartir más desgracias que alegrías.

La sinopsis dice que la obra nace del intento de conocer la historia familiar de un amigo fallecido. ¿Qué le mueve a investigar?

En principio quería escribir de esa familia, de una casa que yo tengo recuerdos de que era como la casa de Dios, porque de crío olía … ese olor a religiosidad. Yo quería escribir sobre el padre de diez chicos varones que dieron mucho que hablar en la posguerra civil. Eso lo había oído. Yo no tuve prácticamente relación con mi padre porque murió en un accidente cuando yo tenía 12 años pero de él ya había oído hablar mucho y luego conocí cuando mataron a uno de los hermanos de mi padre, creo que es uno de los últimos muertos de la Transición, y otro que llegó a salir hasta en El Caso.

¿Entonces la familia sobre la que investiga es la suya?

Claro. Quería saber qué había de cierto en esos titulares de prensa. Por ejemplo, había uno que dice: “Abatido a tiros delincuente habitual y topero”. Pero la realidad es que era todo lo contrario. Lo matan porque era un activista, en el 77.

¿Era un tío suyo?

Sí, lo que pasa es que en la trama no digo que soy familia. Yo hablo de un amigo muerto. Yo tuve un accidente mortal y, entonces, cuando desperté, rompí con el mundo anterior y me fui a la isla. Me formé como guionista y empecé a escribir. Cuando se lee el apellido... la gente se va dando cuenta de que es mi familia. Pero la cuestión ese que es una historia en la que ha investigado mucho también Carlos Pereira, que se quedó fascinado igual que yo. Era una gente muy culta que salió de aquí y que el chico, el hijo más joven de esta primera parte, es un poeta muy conocido en la provincia de Córdoba, de Argentina. Hasta el extremo de que hace poco me llamaron para la canonización que hizo el Papa Francisco del cura Brochero.

¿Qué relación existe?

Este chico, y hago spoiler, cuando llega a Argentina, se fija en la obra de un hombre bueno en una zona muy pobre y abandonada de Córdoba y él, Félix Basanta, mi tío abuelo, empezó a investigar y escribió un poema titulado El cura del pañuelo rojo, fue el primero que se fijó en la obra de este hombre. Cuando fui a Argentina, encontré muchos datos en el archivo histórico y dos calles dedicadas al “poeta Félix Basanta”.

¿Es su tío abuelo?

El hermano de mi bisabuelo. Pero yo nunca supe de ellos. Y gracias a mi madre. Porque le pregunté: pero, ¿de dónde somos? Me dijo: “No sé si eran de Jaca, Huesca, o de Galicia”. Y en parte tenía razón, porque mi bisabuelo nace allí en Jaca, que es a donde llega Luciano después de salir de aquí, de A Coruña, hacia Huesca.

¿Quién era Luciano?

Su padre era Francisco y se presentó aquí en Culleredo para teniente de las milicias nacionales, cuando se conforman las diputaciones y la nueva configuración. Era maestro y está enterrado con su mujer en Sésamo. Era mi tatarabuelo y Luciano, mi bisabuelo. Y la novela arranca en una escuela pegada a la iglesia de Santiago de O Burgo. Porque allí es donde estaba su partida de bautismo, que pone que nació en Almeiras. Lo interesante es sobre todo las vicisitudes que le toca sufrir a este maestro que soñó con una instrucción y a la fuerza fue un soldado profesional para sofocar las guerras carlistas. En la novela se enfrenta incluso con el Ministerio de la Guerra por su caballo. Le reclama 29 pesetas. Era un hombre con demasiada instrucción para la época y no caía muy bien entre los jefes. Porque tengo todos sus expedientes militares, condecoraciones, castigos... Denunció la corrupción dentro del cuerpo de carabineros. Debía de ser un hombre que creía que podía cambiar el mundo.

¿Y usted cree que esta novela puede cambiar algo?

Claro. Cuando escribimos una novela dejamos parte de nuestro interior. Y yo he sido bombero, funcionario, y en este país las administraciones han estado robando continuamente. Si tú intentas cambiar el mundo dentro de tu propio cuerpo, sea de carabinero o de bomberos, estás perdido. O tienes mucha fuerza y mucha suerte, o tienes que andar ya siempre con pies de plomo.

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