Quizá fue por mezclar Pekín Express con Cuarto Milenio teniendo el estómago vacío, pero el domingo, según me estaba metiendo en la cama para disfrutar de un merecido insomnio, tuve una revelación que cambiará para siempre la historia de la ufología: las naves extraterrestres que nos visitan son concursantes de realities de viajes en sus galaxias de origen. Claro, son participantes en realities extraterrestres cuya misión consiste en aparecerse a campesinos de sistemas solares más atrasados que ellos, asustar a algún piloto de líneas comerciales, dar unas vueltas en el cielo a velocidades inalcanzables por la tecnología del planeta anfitrión y soltar muñecos de goma en un par de sitios acordados por la organización del concurso.

Los extraterrestres son a los occidentales lo que la peña de Pekín Express son a Siberia, Mongolia, China. Los habitantes de esas tierras borrosas sacan adelante sus vidas austeras con un esfuerzo que entienden inherente a la condición humana. Y de pronto ven aparecer en el horizonte equipos de televisión, alrededor de los cuales caucásicos de ojos redondos y ropajes extraños corren cargando pesadas mochilas para conseguir banderas, suben agotadoras colinas para ganar "pruebas de inmunidad", detienen sus vehículos para suplicarles que les lleven a ellos y a los cámaras hasta pueblos cuyo nombre no saben pronunciar. Y después los caucásicos se van con todo su circo y la vida en Ooshin Else vuelve a ser como hace diez años, o cien, o mil.

Las gentes del lugar que han estado en contacto con los occidentales ociosos lo cuentan en sus pueblos y despiertan escepticismo. Muchos de sus vecinos no les creen. Nadie puede entender que seres de otras latitudes llevan unas vidas tan regaladas que acepten merodear por sus desiertos en busca de sensaciones genuinas. En la televisión local de Mandalgobi un programa parecido a Cuarto Milenio discute la procedencia de los seres de ojos redondos, entrevista a los que los han avistado, se pregunta qué mensajes importantísimos traen con ellos.