No puede ser que el acto más solemne del divorcio real sea la retirada de un pase VIP del palco del Bernabéu y el traslado de una imagen a los almacenes del Museo de Cera. El pueblo español tiene derecho a expresar su cariño a la casa real en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, en la boda y en el divorcio hasta que la muerte (o un referéndum) nos separe.

La infanta Elena de Borbón y Grecia no publicó un buen día un comunicado anunciando el "inicio temporal de la convivencia" con Jaime de Marichalar y, un par de años más tarde, no dejó que se filtrara la noticia de que había dado un paso más y se había casado mostrando que Marichalar ya salía en las fotos oficiales de la Casa del Rey. La Infanta ama a su pueblo, así que en su día se tomó las molestias de ocupar todas las pantallas de televisión, monopolizar los informativos y casarse delante de todos los españoles para que pudiéramos mostrarle cuánto la queríamos y cómo le deseábamos lo mejor.

Pues ahora también. ¿Ya no nos ama la duquesa de Lugo? ¿El pueblo no le tiene cariño? Pues que la televisión siga haciendo su trabajo y estreche ese lazo ahora igual que lo hizo siempre. Desfile en carroza descubierta, unidades móviles a tutiplén, cámaras situadas en los lugares estratégicos, primeros planos de su sonrisa saludando a ambos lados, muestras del fervor del pueblo al verla pasar, caídas de ojos de la duquesa en los momentos más emotivos, miradas de complicidad con la Reina, vestidos hechos por nuestros mejores modistos para promocionar la moda de España, la emoción del Rey contenida por la responsabilidad del acontecimiento, el momento distendido por una travesura de Froilán? Horas y horas de televisión sacrificadas a la mayor gloria de la casa real y el pueblo que tanto quiere. España lo merece.