Más allá de la tragedia, los asesinatos de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes evidenciaron una cadena de errores judiciales y policiales que no solo acabaron con la muerte de las dos jóvenes sino también con la vida de la gallega Dolores Vázquez que estuvo 17 meses en prisión acusada de un crimen que no cometió. Dos décadas después, El caso Wanninkhof-Carabantes —que se estrena hoy en Netflix— analiza uno de los sucesos más mediáticos de la España del comienzo de milenio.

Y lo hace huyendo del morbo, centrándose en los hechos y buscando una “crítica al sistema” y una “reflexión colectiva” de qué papel ocupó cada persona en un caso en el que “no se respetó la presunción de inocencia”, cuenta la directora de la cinta, Tània Balló. De los medios a la sociedad civil, pasando por la policía y los jueces, todos tuvieron algo de responsabilidad, asegura la cineasta. “El paso del tiempo nos ayuda a analizar este tipo de casos que hablan mucho de la sociedad que éramos y de la que somos”, apunta.

La historia comenzó en 1999 cuando Rocío Wanninkhof de 19 años desaparece. Tras varias semanas de búsqueda apareció su cadáver. Dolores Vázquez, expareja de su madre, fue detenida sin pruebas claras y, después de un juicio plagado de irregularidades, un jurado popular la declaró culpable de un “crimen pasional”. Pasó 519 días en la cárcel hasta que el caso se reabrió después de que en 2003 apareciera el cuerpo sin vida de Sonia Carabantes en Coín. La policía encontró a su asesino, el británico Tony Alexander King, y al cotejar las muestras con el caso Wanninkhof se descubrió que era el mismo culpable.