Ayer me quedé en casa. Yo y una buena parte de los trabajadores y trabajadoras de este país, salvo quien -por coincidirle turno en un día festivo- no pudo disfrutar este día. Y es que ayer, como saben, fue el Día de la Hispanidad. Precisamente a ese concepto, el de Hispanidad, quiero dedicarle hoy este pequeño artículo.

Pero no en clave de Historia, mirando hacia el pasado. Creo que queda ya muy lejos lo acontecido en el llamado "Descubrimiento de América", la colonización de las nuevas tierras descubiertas y la adaptación de las dos sociedades -americana y europea- a vivir juntas. Eso ha dado y da para muchos miles de columnas como esta, desde perspectivas relativamente poco exploradas, como la de los derechos socioeconómicos de las personas. Pero no me centraré hoy ahí porque, como les digo, el pasado va bien para no volver a cometer sus errores, pero sin dejar de mirar adelante.

Tampoco lo haré desde una mirada exclusiva al presente. Latinoamérica hoy es un conglomerado de culturas con mucho potencial desde muy diferentes puntos de vista, pero también aquejada de problemas crónicos verdaderamente preocupantes. Si me preguntan por el más grave, para mí tiene que ver con el hecho de haber construido sociedades verdaderamente desiguales y asimétricas. La inseguridad o la corrupción, que muchas veces son elevados a la categoría de máximos problemas de estos países, para mí no son más que meros corolarios de lo primero. La cultura de la supervivencia y la incapacidad de los Estados para conformar escenarios de oportunidades reales para porcentajes enormes de la población que no salen, generación tras generación, de la miseria, están vigentes en muchas realidades de nuestros países hermanos.

Hoy quiero, sobre todo, mirar al futuro. Y es que creo que precisamente las décadas venideras de nuestro país se articularán fuertemente a través de este concepto de Hispanidad. Miren, estamos en un cruce de culturas, en medio de tres polos bien diferenciados. Europa, por supuesto, ha sido y es un referente, donde seguramente habría que potenciar aún más las relaciones con los países más cercanos y, en particular, vecinos. No olvidemos tampoco a África, cuyo potencial y fuerza -a pesar de décadas de conflictos, intereses y políticas contrarias al desarrollo de las personas y los territorios que ocupan- algún día se verán más nítidos. Pero Latinoamérica bebe directamente de muchas de nuestras fuentes y, a partir de ahí, nos devuelve -corregido y aumentado- un fuerte carácter y muchas oportunidades. Efectivamente, para mí América Latina conforma un territorio óptimo para la afirmación de lazos culturales, económicos y sociales.

Pero a Latinoamérica no se acerca uno simplemente subiéndose a un avión y hablando en castellano. Los códigos, y yo esto tuve ocasión de comprobarlo en diferentes países, no son los mismos aún a pesar de la lengua común. Es entonces cuando la capacidad de entender otra forma de vida y de hacer ocio y negocio es fundamental para salir airoso. Los tiempos, las lógicas, los referentes y los contextos han de ser adaptados y entendidos, si uno busca cierta sostenibilidad en sus acciones.

Y esto es verdaderamente importante en los intercambios de bienes y servicios con Latinoamérica. Tengo ya más de un amigo que mira a la exportación como forma de diversificar la actividad de su empresa, en tiempos en que con las ventas de aquí los números no dan. Creo que no se equivocará si centra sus esfuerzos en entender realmente los contextos culturales, geográficos y humanos que espera sean receptores del producto que él prepara con esmero. Como tampoco nos equivocaremos, tal y como adelantaba antes, si construimos nuestro futuro como país -con la idiosincrasia, identidad y valor diferencial de cada uno- en clave de Hispanidad. Esto es, de comunidad viva y cambiante que se reúne en torno a algunos aspectos culturales comunes para fomentar el intercambio de toda índole y desplegar el enorme potencial humano que existe en común a este y al otro lado del Atlántico.