Aunque ahora, después de las sucesivas reformas legales, ya es agua pasada, a juicio de los expertos, una de las anomalías del sistema financiero español era que las cajas podían comprar bancos y sin embargo los bancos no podían comprar cajas. En plena transición, el ministro Enrique Fuentes Quintana eliminó las restricciones que impedían a las sucesoras de los antiguos Montes de Piedad actuar como el resto de las instituciones bancarias. De ese modo se propició su crecimiento en todos los ámbitos, incluyendo la expansión más allá de su ámbito territorial natural, algo que tan contraproducente acabó resultando para algunas entidades, como fue el caso de Caixa Galicia y Caixanova. De ahí, de crecer por crecer, vinieron gran parte de los males que acabaron con ellas.

Caixanova era la principal accionista de Banco Gallego, una sociedad con siglo y medio de historia, nacida del empeño emprendedor de una familia compostelana, encabezada por Olimpio Pérez y que fue evolucionando hasta su actual modelo de banca personal y privada, orientada al segmento minorista y a la vez de grandes patrimonios, con presencia en toda España. El nacionalizado Novagalicia Banco, que heredó el Banco Gallego de la caja viguesa, anunció que ese será uno de los "activos" de los que se desprenda a corto plazo por imperativo de su plan de viabilidad. Lo hará tras una operación acordeón, como la de su accionista de referencia, con la que los accionistas particulares (entre ellos Epifanio Campo o Amancio Ortega) también en este caso perderán íntegramente lo invertido.

Aún ayer, cuando ya se sabía que su capital registra un agujero de 150 millones de euros, el Gallego seguía autocalificándose en su web como "un banco con larga tradición, un magnífico presente y un ambicioso plan de futuro". Qué cosas. Pero tiene los días contados como entidad autónoma (otra cosa es que se pueda salvar la marca, como sucederá con el Etchevarría). La venta al mejor postor es cuestión de unas semanas. No llegará a la primavera. La desgalleguización es inevitable a la vista de la relación de posibles compradores, entre los que destacan los lusos del Banco Espírito Santo, una opción que en igualdad de condiciones puede resultar más simpática por aquello de la vecindad. También parecen interesados el Sabadell, el vasco Kutxabank o la mismísima La Caixa. A todos les resulta atractivo un banco pequeño con una red bien repartida por toda Galicia y una plantilla manejable, tras varios ajustes que sirvieron para rebajar costes.

Quienes conocen la pequeña/gran historia de la banca en Galicia sostienen que el Gallego es el arquetipo de ese banco de propiedad familiar, casi local, que cuando nace no aspira a ser grande para mantener su esencia de intermediación financiera y de máxima cercanía con sus clientes. Es la sucesión generacional, como suele suceder, la que propicia el inicio de una trayectoria accidentada, con sucesivos y bruscos cambios en su accionariado de control, hasta el acuerdo entre el Banco 21 y la entonces Caixavigo en los años 90, en esa fase de expansión financiera en que las cajas españolas se hicieron con el control de no pocos bancos para ampliar y diversificar el negocio convencional, aunque no estuvieran muy claras las sinergias. Tal vez se trataba también de reducir competencia, porque lo que no controlases tú lo podían controlar tus competidores. Hay quien cree que muchas de aquellas modestas entidades engullidas por cajas podrían haberse salvado de las sucesivas cribas del sector. La crisis ha evidenciado que el tamaño importaba menos que la eficiencia. De hecho se salvaron algunos pequeños bien gestionados y algunos de los gigantes acabaron derrumbándose porque tenían los pies de barro.