La antigua fábrica de cervezas de Cuatro Caminos, sus árboles, sus mesas, eran punto de encuentro de los veteranos contramaestres que los nuevos pesqueros del Muro coruñés arrojaban a los mentideros de la ciudad. Eran momentos en los que el personal se explayaba con una caña y relataban mil y una peripecias con los mares y mareas de Gran Sol como telón de fondo.

Quedan muy pocos de aquellos curtidos marineros que usaban sus conocimientos y su saber tratar al personal del barco y el contramaestre no es ahora sino un recuerdo que se pierde como se perdieron las calderas de vapor de los doloridos candrays que casi siempre traían de vuelta a casa a los quince o veinte marineros que llevaban.

Hoy, el Gran Sol en el que los marineros gallegos dejaron la huella de su paso y que bautizaron con nombres gallegos playas y caladeros de aquel área de pesca va camino de convertirse en la piscifactoría de la Gran Bretaña si Bruselas no hace entrar en razón a aquellos que quieren echar de la zona a quienes en realidad dieron sentido comercial a un área de pesca que hoy es la despensa de buena parte de Europa, especialmente de España, Francia y Portugal.

Gran Sol vive porque los pescadores gallegos dieron significado a su ser. Lo saben ingleses, galeses, irlandeses, escoceses, alemanes, portugueses y españoles en general. Muchas familias gallegas perdieron allí padres, hermanos, esposos, que fueron dispuestos a las mejores mareas de su vida y se quedaron de testigos mudos de una lucha titánica contra los elementos.

Uno se imagina a aquellos contramaestres en la fábrica de Cuatro Caminos analizando el derecho que los británicos tienen a quedarse con lo que hombres y barcos gallegos les sirvieron en bandeja.

Cabe esperar que la CE no caiga en las redes de los británicos que, por cierto, pueden dejar al continente aislado en su planteamiento unionista. Míster Cameron ya avisó y el mensaje se ha recibido fuerte y claro, cambio.