Cómo se las gastan algunos escritores cuando deben criticar a otros. Por ejemplo, Mark Twain: "Cada vez que leo Orgullo y prejuicio me entran ganas de desenterrar a Jane Austen y golpearla en el cráneo con su propia tibia. Es una gran lástima que la dejaran morir de muerte natural". Por ejemplo, Nabokov: "Todo es tan gris e incómodo en los libros de Beckett que al final parece que sufra constantes malestares de vejiga". Por ejemplo, Samuel Butler: "Dios fue muy bueno al permitir que Carlyle y la señora Carlyle se casaran el uno con la otra, y así hacer que dos personas fueran infelices en lugar de cuatro". Por ejemplo, Faulkner: "Henry James es la viejecita más encantadora que he conocido nunca". Por ejemplo, Josep Pla: "Baroja escribía los adjetivos como suelta un burro sus pedos". Por ejemplo, Kingsley, que llama a Beowulf "burdo, cegato, infantil e informe montón de esputo de elefante gangrenoso". Ole y ole.

Repasaba lindezas semejantes estos días mientras preparaba la presentación del excelente libro recopilario de críticas literarias que saca a la luz el joven profesor Eduardo San José y que se titula Salvo meliori. Qué oficio más ingrato y en franca decadencia hoy el de crítico literario, perdida su batalla a manos del mercado, el espectáculo y el analfabetismo salvo meliori, salvo mejor opinión y salvadas las brillantes excepciones. Decía Cyril Connolly (hoy el artículo me lo escriben mis maestros) que "la crítica es la ingrata tarea de ahogar los gatitos de otros (?), es el equivalente a construir puentes en algún clima tropical imposible. Es un trabajo duro, poco saludable y mal pagado, y por cada palmo de espesa vegetación que se logra desbrozar con arduo trabajo, la selva avanza el doble durante la noche. Una de las visiones más desagradables en la selva es la del crítico que acaba convertido en indígena. En lugar de luchar contra la vegetación, sucumbe a ella y, correteando sin pausa de flor en flor, da la bienvenida a cada una con los gritos de '¡Genial!'. '¡Qué elegancia, qué ironía y distinción, qué apasionada sinceridad!', exclama mientras las radiantes obras maestras se reproducen rápidamente a sí mismas". Otro grande, Edmund Wilson, sostenía que deberíamos esperar de una buena crítica literaria "que nos provea de información. Contar el argumento de una novela, describir el sumario de un libro histórico o filosófico, seleccionar pasajes representativos e intentar comunicar la calidad de un poeta es la parte más aburrida del trabajo de un recensor, pero es una parte absolutamente esencial. Se debe dar la oportunidad al lector de juzgar si estaría o no interesado en el libro". Auden resumía así los mandamientos que debe observar un crítico: "Acercarme obras o autores con los que no estaba familiarizado hasta ahora. Convencerme de que he menospreciado determinadas obras o autores porque no los he leído con la suficiente atención. Mostrarme relaciones entre obras de distintas épocas y culturas que nunca habría podido descubrir por mi cuenta porque no tengo conocimientos suficientes y nunca los tendré. Ofrecerme una lectura de la obra que acreciente mi comprensión de la misma. Arrojar luz sobre el proceso de construcción artística".

Si tales encomiendas se hubieran seguido, no habría tenido yo que leer lo que les copio ahora, perpetrado por un sedicente crítico actual y que, si lo entienden ustedes, háganme llegar una carta que me lo explique: "Los actantes y adyuvantes del Quijote articulan un modelo actancial analéptico, aunque proléptico en ocasiones -no autodiegético, aunque sí dialogista tanto heterófono como heterólogo y heteroglósico- que genera un discurso heterodiegético, en el que no están ausentes ciertas reduplicaciones especulares propias de las estructuras metanarrativas. La modalización de omnisciencia autorial y multiselectiva secuencia una mise en abyme no exenta de timelessness". Como recuerda el propio San José, aspirar a ser un estupendo crítico te convierte a veces en un crítico "estupendo": fatuo, onanista y faltoso con el lector. Un desastre sobre el que, entonces sí, disparar.