Es usted blanco? ¿Negro? ¿Amarillo? ¿Gitano? ¿Maorí? ¿Indio? ¿Judío? ¿A topos? ¿A rayas?... Sinceramente, me da exactamente igual. Es usted una persona, un ser humano y, como tal, merece exactamente el mismo respeto. Desgraciadamente, esto no ha sido siempre así en el mundo y, según cómo, para qué y dónde, sigue sin serlo en este planeta lastimado del siglo XXI. La estupidez humana da para eso y para mucho más, y en la historia ha habido, hay y habrá en el futuro muchos tristes ejemplos que hacen que no podamos bajar la guardia. La discriminación racial ha existido, existe y existirá, y tenemos que obrar con contundencia, desde la racionalidad y el absoluto respeto a nuestros congéneres, para combatirla.

¿Y por qué me arranco yo ahora con semejante declaración? Pues por dos cosas. La primera, porque es un tema vigente y pertinente cualquier día, y creo que es importante no cejar en el empeño de explicarlo. Y la segunda, que fortalece la primera, es que hoy precisamente es el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, auspiciado por Naciones Unidas y proclamado por su Asamblea General en octubre de 1966. Un nuevo 21 de marzo, pues, en el que se conmemora la matanza de Sharpeville, acaecida en 1960, y que supuso el asesinato, por parte de policías sudafricanos, de sesenta y nueve personas de raza negra, que se manifestaban contra el régimen de appartheid vigente en aquel entonces en el país cuna de Nelson Mandela.

Esta edicion representa una nueva oportunidad, en palabras de Ban Ki-moon, actual secretario general de Naciones Unidas, "para renovar nuestro compromiso de construir un mundo de justicia e igualdad en el que no existan la xenofobia ni la intolerancia". Lacras que, como digo, persisten hoy y ante las que, para continuar en el camino de su superación, debemos aprender las lecciones de la Historia y reconocer el grave daño causado por la discriminación racial, tal y como propone la organización multilateral. Es este el motivo por el que, precisamente, este año ha sido elegido el lema Aprender de las tragedias históricas para combatir las discriminaciones raciales del presente. Y es que es fundamental no olvidar las mismas para que constituyan un referente que sirva de acicate a las generaciones más jóvenes y a las que vengan en el futuro para evitar la proliferación de ideas contrarias a valores de igualdad universal. No es baladí. Ya saben que el ser humano tiene la capacidad de tropezar infinitas veces en la misma piedra y, fruto del natural devenir demográfico, determinadas atrocidades, barbaridades y sinsentidos que nunca debieran haber ocurrido podrían ser olvidadas y reeditadas, como así ha acontecido ya. Por eso la importancia de preservar la memoria histórica, de forma que violaciones sistemáticas de los derechos más elementales, como el racismo, xenofobia, esclavitud, comercio y trata de personas, apartheid, colonialismo y genocidio puedan ser definitivamente erradicados algún día. Es prioritario. Lo que no se recuerda no existe a los ojos de las nuevas generaciones, y el peligro de que, fruto del olvido de sus consecuencias, determinadas ideas adquieran mayor auge social, es alto.

Coincido con el secretario general en que "la paz duradera solo puede basarse en la premisa de que todas las personas son iguales en derechos y dignidad, independientemente de su origen étnico, género, religión o condición social o de otra índole". No puede ser de otra manera. Y, por eso, es tan fundamental a medio y largo plazo la educación en valores. Un camino en el que tenemos todavía mucho que recorrer incluso en nuestro entorno, y que ha de verse complementado por una reacción rápida y contundente de los mecanismos del Estado de Derecho, tanto en el caso de violaciones flagrantes de tal espíritu, como en los de apología y enaltecimiento del racismo y la xenofobia.

Vivamos pues en armonía la recién estrenada primavera, con la mirada puesta en el futuro, pero sin perder la referencia de episodios pasados que nunca más han de tener cabida en un mundo que se denomina a sí mismo civilizado. Por eso es necesario no bajar la guardia y llevar la aplicación de la ley a sus extremos cuando se trata de proteger derechos fundamentales, cuya consolidación ha causado tanta sangre, tanto dolor y tanto sufrimiento...