ACoruña vivió ayer un instante histórico que, salvo imprevistos políticos, se prolongará los próximos cuatro años. Por primera vez en democracia, una mujer, Inés Rey, empuñó el bastón de mando de la Alcaldía tras unas elecciones. Un techo de cristal de la igualdad de género, quizás el más visible de cuantos se mantienen en la ciudad, se rompe por expreso deseo de la ciudadanía y abre un mandato que, a priori, deberá encauzar proyectos que marcarán la evolución de A Coruña durante décadas.

Más allá del simbolismo de la investidura de Inés Rey como alcaldesa, los 27 concejales que componen la nueva Corporación se enfrentan a la obligación moral y política de guiar su actuación con el único leitmotiv del interés general, tan manido en la teoría como poco ejecutado en la práctica, de aparcar disputas y estrategias políticas partidistas para preocuparse única y exclusivamente de los ciudadanos, no del poder.

Los últimos cuatro años deben servir de aprendizaje, duro aprendizaje, de que el enfrentamiento por el enfrentamiento solo conduce al derroche de energías y preocupaciones y aleja del consenso que, hoy como hace cuatro años, reclaman los vecinos de A Coruña con el mandato que emana de las urnas.

La estabilidad de gobierno debe ser el primer reto de Inés Rey después de su investidura, ayer, porque de ella dependerá buena parte de su acción como alcaldesa. Marea Atlántica y BNG han reaccionado con responsabilidad tras las elecciones al garantizar, sin extenderle un cheque en blanco, el acceso de la socialista a la Alcaldía. Queda ahora que los tres partidos definan su marco de relación para los cuatro cursos políticos que hoy arrancan.

A PSOE, Marea y BNG les unen más políticas que las que los separan. Ahí deben germinar sus acuerdos, en todo aquello que comparten. Las tres fuerzas progresistas en la Corporación local tienen la obligación de cooperar y colaborar, sin ponerse palos en las ruedas, pero también gozan de la libertad de decidir cómo concretar sus acuerdos.

Sea un gobierno de coalición, cuya formación se ve lejana a día de hoy, o un acuerdo de mandato a cuatro años o pactos ocasionales en aspectos fundamentales de la vida municipal „presupuestos, ordenanzas fiscales, desarrollos urbanísticos...„, el entendimiento debe ser la base de su relación. Lo contrario no lo entenderían los coruñeses.

El no por el no, tanto de la oposición a los planes del Gobierno como de éste a las propuestas de los otros grupos, debe desterrarse del lenguaje político. Ya debía haberse olvidado en etapas de boyantes mayorías absolutas „solitarias o en coalición„ y con más motivo ahora, con una Corporación hiperfragmentada, sin parangón en la etapa democrática contemporánea si excluimos la salida de las primeras elecciones municipales tras la dictadura franquista.

Aunque la lógica política, y las afinidades ideológicas también, conducen al PSOE a mirar solo a Marea y al BNG para lograr esa estabilidad, Inés Rey y su Gobierno no deben renunciar a acuerdos con el Partido Popular y Ciudadanos, que se estrena en la Corporación con Mónica Martínez. A pesar de que no los necesite si prosperan los contactos, más naturales ideológicamente, con las fuerzas progresistas, el entendimiento con los populares, la formación más votada en las elecciones municipales del 26 de mayo, debe buscarse en los proyectos a largo plazo como la vital reordenación de la fachada marítima o la Ciudad de las Tecnologías de la Comunicación en la parcela de la fábrica de armas. En aspectos fundamentales como ambos, que dejarán su huella en la ciudad para las próximas generaciones, Inés Rey debe liderar un gran consenso de ciudad, al que el partido que lidera Beatriz Mato también debe aportar sus mimbres.

El primer paso lo dio ayer, con su discurso de investidura, al presentarse como la "alcaldesa de todos y todas", y emplazar a todos los grupos a olvidar el insulto y la tensión para encaminarse hacia la "política con mayúscula". Queda poner en práctica esa teoría, que ese "Gobierno de amabilidad y acuerdo" que anunció en su toma de posesión sea una realidad, para lo que no solo precisará su aportación sino también la del resto de grupos municipales y de administraciones públicas.

Lamentablemente, la gestión política arrastra la penitencia, es cierto que no solo en A Coruña, de desencuentros que convierten proyectos vitales en campo de batalla que los partidos arrasan a cada alternancia en el poder. El próximo año habrá elecciones autonómicas pero sería imperdonable que de nuevo intereses ajenos a la vida municipal condicionasen las decisiones de la Corporación local. Los ciudadanos, que se han pronunciado en la urnas en favor del acuerdo, al no otorgar a ningun partido la mayoría absoluta, tienen derecho a saber qué se hace con su voto. A partir de mañana comienzan en serio las negociaciones sobre los pactos que marcarán los próximos cuatro años de la ciudad.

Resulta indispensable que esos acuerdos vayan más allá de la mera declaración de buenas intenciones de carácter general. En aras de la transparencia y del necesario control de la acción de gobierno los pactos deberían quedar reflejados en un documento en el que se recogieran propuestas y compromisos concretos y evaluables. Es lo que esperan los coruñeses.