Japón, aunque por distintos motivos que Asturias que presenta un envejecimiento más alto, colecciona ancianos. De pronto nos enteramos de que existe uno aún más viejo que los demás en un lugar remoto de una apartada isla de no sé qué archipiélago que atribuye haber vivido tanto a la fe en Dios o simplemente a los ritos higiénicos de purificación con agua del sintoísmo.

En Japón hay miles de islas, grandes y pequeñas: en algunas de estas últimas los gatos superan a la población humana y siempre existe una anciana o un anciano que les da de comer. Los gatos nipones también son los más longevos del mundo. La longevidad es uno de los signos distintivos de los japoneses que rebasan con cierta facilidad la centuria y pueden presumir de alcanzar una media demográfica de casi 84 años.

La alta esperanza de vida tiene que ver, según todos los indicadores, con un sistema de salud accesible que promociona intensamente los chequeos y, sobre todo, con una alimentación modélica inspirada en la dieta más equilibrada y natural. Según algunos de los estudios publicados, las costumbres culinarias japonesas gozan del poder de disminuir el índice de mortalidad hasta en un 15 por ciento, previniendo especialmente enfermedades cardiovasculares y derrames cerebrales.

El pescado, el daikon y las algas, la soja, los fermentados, el té verde y el tofu, forman parte esencial de una comida que se basa en la frescura de los ingredientes, junto a la sencillez, y se aleja de las cocciones largas. Más nutrientes, menos grasas... Por ahí debe de ir la cosa del éxito de la dulce longevidad japo. El envejecimiento asturiano es otro cantar.