Dentro de la tendencia que nos caracteriza de buscar récords sin sentido para aspectos esenciales de la evolución humana, solemos preguntarnos acerca de cuál es la conducta que nos llevó antes a nuestra condición humana actual, apostando por respuestas como el lenguaje, la música o la danza. No existe, que se sepa, sociedad o grupo alguno, por pequeño que sea, que ni hable, ni cante, ni baile, con lo que cabe concluir que se trata de universales que, en consecuencia, debieron surgir muy pronto „con nuestra especie misma„ en la filogénesis. Pero, ¡ay!, ninguna de esas conductas deja huella directa en los registro fósil o arqueológico, con lo que solo cabe buscar pruebas circunstanciales que, por importantes que sean, dejan muchas preguntas en el aire. Por ejemplo, el instrumento hallado en el yacimiento de Divje Babe 1 (Eslovenia) por Ivan Turk y colaboradores, un fémur de oso de las cavernas juvenil con orificios dispuestos al estilo de una flauta de las nuestras, procedente de un nivel sedimentario de 43.000 años, fue calificado en 1995 por sus descubridores como una prueba irrefutable de tradición musical que sería propia, además, de los neandertales. Pero Francesco D'Errico y colaboradores concluyeron en su análisis del hueso que los orificios eran el resultado de la acción de carnívoros, probablemente osos de las cavernas también, que por otra parte alteran de forma considerable la secuencia natural de los sedimentos de las cuevas al preparar la hibernación. No se puede asegurar, pues, que es una flauta, ni la edad que tiene.

La danza, por su parte, aparece como motivo accesorio en diversas manifestaciones del arte rupestre. Pero el argumento más sólido acerca de su origen en tiempos muy antiguos sería el de la presencia de algún tipo de baile en primates no humanos. Pero ¿en qué consiste en realidad la conducta de la danza? ¿Es tal cosa el movimiento de las abejas?

Adriano R. Lameira, Tuomas Eerola y Andrea Ravignani han publicado en la revista Scientific Reports un trabajo que parte de la definición de la danza como la sincronización interactiva de los movimientos del cuerpo con los del compañero con una precisión muy alta. Y presentan evidencias de un comportamiento ritualizado de baile en chimpancés cautivos. Por desgracia, es esa condición de cautividad la que arroja dudas acerca de la tesis de Lameira y colaboradores acerca del baile como mecanismo de cohesión social para liberar tensiones que habría estado presente ya en otros simios. Como se sabe, la capacidad de los chimpancés para la imitación es enorme; aprenden así, sin que nadie les enseñe, a producir y manejar herramientas. Y lo hacen en libertad. Una danza en chimpancés libres, ajenos al mundo humano que les rodea, sería sin duda una prueba mucho más sólida acerca de una conducta espontánea, no tomada en préstamo, del origen ancestral del baile fuera de nuestra especie.