Un conocido bastante mayor pretende montar un movimiento antiedadista a través de las redes y me cuenta el eslogan que ha ideado para denunciar la discriminación por edad con motivo del coronavirus: primero condena a muerte y ahora prisión perpetua. Me parece exagerado y demagógico, pero entiendo su cabreo a la vista de la ligereza con que se maneja el proyecto de prolongar casi sine die el encierro de las personas de más de setenta. No se trata solo de que las restricciones personales de cualquier clase solo se justifican por razones gravísimas y cuando no existe alternativa, sino que el daño que se puede causar a la tercera edad con un encierro indefinido puede terminar siendo mayor que el bien perseguido. En cuanto al que podría acabar sufriendo el Gobierno si se emborrachara de intervencionismo y patina con los mayores sería memorable, pues antes o después habrá elecciones.