En el tema del transporte ferroviario vamos de uno a otro extremo con demasiada facilidad y rotundidad: sacamos pecho y nos creemos avanzados con la puesta en servicio en las vías españolas del tren francés “Ouigo” y el anunciado “Ilsa” italiano, como signos de liberalización europea y de excelencia en este sector, pero nos encogemos ante la anquilosada mejora de los ferrocarriles de cercanías, progresos que se dan en países cercanos, ignorando lo que usuarios de esas líneas ferroviarias llevan lustros pidiendo. Hay cierto engolamiento hablando de los miles de kilómetros que cubre el AVE en nuestro país, pero el desplazamiento ferroviario entre localidades como La Coruña y Ferrol, tan próximas entre sí que en coche lo haces en 20 minutos, el tren te lleva una hora y larga. Esta es la grandilocuencia de lo vistoso que contrasta con la miseria que sigue arrostrando buena parte del desarrollo íntegro del país. Por lo que leemos, Portugal nos da lecciones y se lanza a un ambicioso plan para conectar con trenes rápidos las poblaciones de más de 20.000 habitantes. Bien es verdad que el territorio portugués no tiene la singularidad de unas rías maravillosas que con sus entrantes y salientes hacen impensable, por ahora, unir con tren tanta población dispersa.