La Opinión de A Coruña

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Ánxel Vence

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Feijóo y la aburrida normalidad

Gastaba Alberto Núñez Feijóo fama de ambiguo en la Corte, pero aun antes de llegar a Madrid, ha permitido que los suyos ubiquen a su competidor Vox en la parte más extrema de la derecha. Tiempos raros estos en los que decir lo evidente es noticia.

Probablemente Feijóo quiera hacer, más de cuarenta años después, lo que el fundador del PP, Manuel Fraga, acometió en los tiempos aurorales de la transición.

El entonces denominado Ciclón de Vilalba se propuso bajar del monte a la parte más iracunda de la derecha para integrarla en un partido, digamos, normal. O lo que es lo mismo: conservador con toques liberales, democristianos y hasta levemente socialdemócratas, que son los ingredientes aceptados en una Unión Europea poco amiga de extremos y aspavientos.

Gracias a ese acto de cordura de un político que procedía del franquismo, la ultraderecha, como tal, desapareció del Congreso durante décadas. Ahora ha vuelto, impulsada por la crisis económica y el auge del soberanismo en Cataluña; pero todo se puede revertir si hay sentido común.

Feijóo lo tiene más difícil que el fundador de su partido, en la medida que el brote de nacionalismo castizo acaudillado por Vox ha alcanzado dimensiones preocupantes. No le van a ayudar tampoco los aromas de corrupción que exhala el PP, ni —sobre todo— la tendencia que últimamente exhibía ese partido a mimetizarse con aquellos que decidieron volver al monte.

Cualquier cosa que ocurra, es de esperar, al menos, que la llegada de un político templado como Feijóo atempere el clima de guerra civil extemporáneamente resucitado por Podemos y Vox. Devolver al Parlamento convertido en cuadrilátero su condición de hemiciclo no va a ser tarea hacedera, pero cosas más difíciles se han visto.

Lo consiguió ya en su momento Adolfo Suárez, que provenía del Movimiento Nacional y acabó por facilitar el paso de la dictadura a la democracia con el menor traumatismo posible. Suárez, tipo pragmático, abogaba por hacer normal en la política lo que ya era normal en la calle. Y lo cierto es que puso las bases para conseguir que España se pareciese a los países de la UE, aun antes de su ingreso en la UE.

Algo así se echa de menos casi medio siglo después. Falta que alguien defienda desde la derecha cosas ya normales en la calle, como que no hay por qué perseguir a los gais, ni tomarla con las señoras; o entender que los inmigrantes son necesarios en este y otros países de baja tasa de natalidad. Y, por supuesto, admitir que las autonomías funcionan razonablemente bien (como los Lander alemanes o los cantones suizos) y que fuera de la UE no hay salvación, digan lo que digan Abascal y su alegre partida antieuropea.

Otro tanto debiera hacer el PSOE, reconociendo que Podemos milita en la ultraizquierda, donde los situó Pedro Sánchez antes de formar gobierno con ellos.

Al igual que la normalidad, la democracia es aburrida y siempre hay gente deseosa de una política más emocionante. La irrupción armada de Putin por el costado oriental del continente ha venido a recordar en estos días a Europa —e incluso a España— las ventajas del aburrimiento. Habrá quien lo encuentre soso, pero quizá el público acabe apreciando a Feijóo y a quienes, como él, faciliten que este país se limite a ser una aburrida democracia europea. Para emociones fuertes ya está Moscú.

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