La Opinión de A Coruña

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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

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Felipe y el frío polar

Los que estamos asomados (¿quién nos lo diría?) al final de la existencia, vimos con mucho interés la entrevista que el periodista catalán Jordi Évole le hizo a Felipe González, expresidente del Gobierno, con ocasión de haber cumplido 80 años de edad. El principio y el final de la filmación nos ofreció como telón de fondo un paisaje polar intimidante, porque en esas heladas tierras el político sevillano ha querido sepultar una parte de su dietario personal que ha escrito a mano y con buena letra con la loable intención de que sus futuros lectores accedan a conocer una información valiosa sobre un periodo histórico de la vida española de la que el señor González fue actor y testigo principal. Y durante muchos años.

Primero, como el clandestino “Isidoro” que surge a la vida pública al ser elegido como secretario general del PSOE renovado que desbanca al histórico Rodolfo Llopis del exilio, en el congreso celebrado en la ciudad francesa de Suresnes. Y después como figura de referencia del social-liberalismo (¿podríamos llamarle así?) que acabó por pastorear a todo el centro izquierda. Todavía no se había muerto Franco cuando conocí en persona a Felipe. Hubo una huelga en los astilleros de Gijón convocada por el sindicalismo radical. La situación no tenía salida hasta que a alguien (quizás a un cura) se le ocurrió la idea de organizar un pleito ejemplar contra las subcontratas. La idea era convocar a lo más granado de la abogacía progresista española, y a la tarea de reclutarla nos pusimos.

Al que esto firma, que trabajaba entonces en la llamada Prensa del Movimiento en Asturias (Voluntad y La Nueva España), se le encomendó hacer la gestión de llamar al abogado laboralista sevillano en compañía del socialista Juan Luis Rodríguez-Vigil, que mantenía abierto el bufete que había ocupado antes el también sevillano Miguel Ángel Pino, uno de los integrantes del famoso “clan de la tortilla”. Felipe estaba en casa de Mitterrand en compañía de otros dirigentes europeos y nos costó un tiempo que se nos pusiera al teléfono. Juan Luis, que era muy inquieto, entraba y salía de una de las cabinas de la sede gijonesa de Telefónica, donde esperábamos la llamada con cara de agente secreto (si es que los agentes secretos tienen algún rasgo facial que los identifique). Por fin, aceptó el pleito, fue un éxito y permitió el lucimiento de buena parte de la abogacía progresista. (Además de González también subieron a estrados Cabrera Bazán, Cristina Almeida, Rato, Fernández Ardavín, Masip Hidalgo, Rodríguez-Vigil y algún otro del que ahora no tengo memoria.

A preguntas de Évole, el dirigente socialista reconoció que no había sido un buen padre porque había dedicado la mayor parte de su tiempo a la política. De su primer matrimonio con Carmen Romero, una mujer guapa y discreta, no quiso hablar, aunque hizo algún gesto de incomodidad. Y del segundo, tampoco. Recordó con mucho cariño a sus padres y de forma especial a su madre. En el rostro de Felipe González se refleja la difícil digestión de la dieta de sapos con la que se alimentan la mayoría de políticos. Y la visión de ese paisaje polar nos ha dejado fríos por dentro. También nosotros accederemos a los 80 este año. Y Javier Solana también.

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