La Opinión de A Coruña

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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

Marcha atrás al reloj de la historia

A la vista de lo que sucede aquí y en otras partes del mundo, uno no puede evitar últimamente la impresión de que es como si alguien tratara de dar marcha atrás al reloj de la historia.

Lo vemos, por ejemplo, con ese intento de resucitar la Guerra Fría, dando nueva vida una OTAN que, con la disolución de la URSS y el fin del bloque militar soviético, parecía haber perdido su razón de ser.

La invasión ilegal rusa de Ucrania con el pretexto de evitar la incorporación de ese país a la Alianza Atlántica, como deseaba Washington, está propiciando una nueva carrera de armamentos.

Un peligroso rearme mientras, crisis tras crisis, aumenta el número de milmillonarios en todo el mundo: desde los EEUU capitalistas hasta la comunista China, y no deja de crecer la desigualdad.

Y lo hace hasta el punto de que algunos economistas y sociólogos hablan ya de un “nuevo feudalismo”. Algo que, por cierto, había vaticinado ya en su día el semiólogo y novelista italiano Umberto Eco.

El escandaloso dumping fiscal global priva a los gobiernos de la capacidad de compensar de algún modo a los perdedores de la globalización, que incluyen cada vez más también a las clases medias, y vuelven perentoria la necesidad de gravar mucho más al factor capital frente al trabajo.

En Estados Unidos se asiste, por otro lado, a un grave retroceso en el proceso de emancipación de la mujer: el Tribunal Supremo trata de anular un histórico fallo anterior de los años setenta de ese mismo órgano que reconocía por primera vez el derecho de las norteamericanas a interrumpir un embarazo no deseado.

El Supremo de aquel país está conformado desde la llegada a la Casa Blanca del anterior presidente, Donald Trump, por una mayoría conservadora que, entre otras cosas, quiere dar al traste con una de las mayores conquistas del feminismo en todas partes.

También en nuestro ruedo ibérico, un importante sector del Partido Popular y los ultraderecha de Vox confían en que, gracias a su mayoría conservadora, el Tribunal Constitucional eche finalmente atrás, tras años de espera, la llamada ley de plazos del Gobierno socialista.

Y, por si faltara poco, ha vuelto también aquí el viejo debate entre “naciones”, “nacionalidades” y “regiones”, que creíamos haber superado, como si este país de nuestros pecados no hubieran problemas más importantes de que ocuparse como puede ser la pobreza, la precariedad y el rampante desempleo de los jóvenes.

El partido de Inés Arrimadas, en competencia directa en ese asunto con un grupo que, al menos en teoría, debería estar en sus antípodas como es Vox, busca salvarse del naufragio electoral que muchos le pronostican, agarrándose en su desesperación a ese clavo ardiente.

Un partido que se presentó siempre como una “alternativa de centro, la de la concordia y la sensatez” y una “antídoto contra la polarización” no ha podido renunciar a su voz estridente en una cuestión que tan absurdamente nos divide.

Y, por si no bastara, aprovechando también su nueva mayoría conservadora, el Tribunal Supremo revisa su decisión del pasado enero y acepta estudiar una vez más los indultos de los presos independentistas catalanes, reavivando así una vieja polémica.

Decididamente, hay quienes se empeñan en dar marcha atrás al reloj de la historia.

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