La Opinión de A Coruña

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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Sobre el color de la sangre

Una cadena de televisión, la Sexta, ofrece estos días un documental en seis capítulos sobre Los Borbones: una familia real, en los que se ofrece a descubrir datos, hasta ahora desconocidos, sobre interioridades de su vida doméstica. El relato se remonta al reinado de Alfonso XII, pero fija su atención en la figura de Juan Carlos I desde que, con nueve años, vino a España para ser educado por el general Franco, hasta su abdicación, ya anciano, en su hijo Felipe VI, agobiado por la revelación de conductas poco, o nada, edificantes. En uno de esos capítulos, se alude a la supuesta animadversión que sentía el rey Juan Carlos I hacia la entonces princesa de Asturias, Letizia Ortiz Rocasolano. No le gustó el noviazgo con su hijo, y menos todavía la boda en la catedral de la Almudena en Madrid, con asistencia de toda la realeza europea. Parece ser que la principal objeción contra doña Leticia era que por sus venas no corría sangre azul, y que procedía de una familia de clase media. Su madre, enfermera en un centro de salud de Oviedo; su padre, un técnico del audiovisual; su abuelo materno, taxista en Madrid; su abuela materna, locutora de una radio regional; y su abuelo paterno, empleado de la casa Olivetti, una firma de prestigio en la fabricación de máquinas de escribir. Por si eso no fuera bastante para preocupar al rey, doña Leticia era periodista (un oficio con el que el monarca no simpatizaba) y presentadora de un telediario en la RTVE. Según trascendió luego, el príncipe se habría enamorado de Letizia viéndola en la pantalla de un televisor e hizo todo lo posible para que se la presentaran. El resto es historia conocida. Esta nueva versión de Blancanieves, el príncipe que se enamora de la plebeya, pudo haber sido aprovechada por el aparato de propaganda de la Zarzuela para difundir un bonito cuento de hadas, pero la idea, si la hubo, no prosperó.

Como tampoco prosperó la tentación de utilizar la relación de parentesco entre la familia Ortiz y la familia Borbón para elogiar la democratización de la monarquía, una institución aristocrática muy necesitada de pactos como este para asegurarse la pervivencia. Por otra parte, revela poco instinto para adivinar por dónde sopla el viento de la Historia. Recurrir al argumento reaccionario de la superioridad de la sangre azul sobre otras sangres está fuera de lugar. Y menos todavía en este caso. La actual monarquía española fue instaurada por el general Franco, un militar que no tenía sangre azul. El dictador ferrolano despreciaba al conde de Barcelona que no pudo pasar de la categoría de pretendiente al trono mientras Franco educaba a su hijo para crear una monarquía de nuevo cuño, la “monarquía del 18 de julio”, que decían los falangistas. Juan Carlos, nombrado príncipe de España por Franco, estuvo de acuerdo en todo y hasta llegó a jurar los principios del Movimiento Nacional de rodillas delante del sátrapa.

Con esos antecedentes, ¿cómo se puede ofender a doña Letizia con esas bobadas sobre la pretendida superioridad de la sangre azul? El general Franco, el urdidor de este divertimento dinástico, tampoco tenía sangre azul. Aunque derramó mucha de color rojo.

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