Estamos huérfanos de personas que nos atiendan. Llamamos a nuestra entidad bancaria, compañía de suministros... y perdemos tiempo y energía marcando uno, cuatro, tres y treinta y tres. O explicando una y otra vez qué nos ocurre para oír: “Perdone, pero no le he entendido”. Harta de “todos nuestros agentes están ocupados. Le rogamos que espere unos momentos”, y musiquita y musiquita, he empezado a responderles con la misma moneda.
Cuando es la entidad la que nos quiere vender un servicio, un agente nos llama al móvil, pronuncia nuestro nombre y asegura que nos quiere dar una información, pero en realidad quiere colocarnos uno de sus productos, por ejemplo, bancarios, aconsejo responder con voz robotizada y metálica, sin muestras de sentimiento alguno, en sus mismos términos: “Si llama usted para eliminar las comisiones de mi cuenta, marque uno”; “si quiere mejorar la rentabilidad de mis ahorros, marque dos”; “si quiere rebajar el coste de mi hipoteca, marque tres”, “para todo lo demás, espere, por favor, y le atenderé cuando no tenga más remedio”. Y os ponéis a cantar la Motomami de Rosalía o La barbacoa de Georgie Dann en bucle.
Claro que algunos asistentes virtuales como Amelia ya son capaces de descifrar mensajes complejos que incorporan varias ideas, como: “Si tengo suficiente saldo, quiero enviar 200 euros mañana a Pepe”. También vemos que, en los países nórdicos, las organizaciones sanitarias utilizan la inteligencia artificial conversacional para mejorar la calidad de vida de la población a partir de funcionarios virtuales.
Hace unos años aprecié que el lujo está en el trato. Y aunque el trato humano pase a ser algo muy exclusivo, hay que reclamar chatbots más inteligentes y serviciales a las empresas. Y mientras no lo hagan, es saludable que cada vez que nos llamen para ofrecernos una información, respondamos como si fuéramos un robotito. Te queda el cuerpo de bien…