Opinión | el trasluz
Relaciones económicas
El dinero, como la lengua, es el resultado de la actividad compleja de los seres humanos. Son bienes comunes, en fin, pero están mal repartidos. Hay gente que no es capaz de llegar a fin de mes como hay gente que no es capaz de llegar al final de una frase. Hay gente que tira de la tarjeta de crédito para hacer frente a un pago imprevisto y gente que se defiende de la vida con frases hechas por las que les cobran, sin embargo, unos intereses ideológicos altísimos. Hay un control del dinero como hay un control de la sintaxis. Si domináramos el arte de colocar las palabras exactas en el sitio adecuado, nos sacarían menos los hígados. Pero no nos expresamos: nos expresan. Uno de los grandes hallazgos comerciales de los últimos tiempos es el sintagma “bien aspiracional”. ¿Qué clase de idiota no aspiraría a alcanzar un bien aspiracional?
El bien aspiracional por antonomasia, ahora mismo, es la moderación, cuyo significado es un misterio. La moderación está llamada a ganar las elecciones, a gobernar, a manejar el cotarro (signifique lo que signifique cotarro). Según la idea de moderación que los telediarios nos han metido en la cabeza, intervenir una compañía eléctrica, por ejemplo, sería inmoderado.
—Pero si la electricidad es un bien de primera necesidad —dirán algunos antisistema.
—No estamos hablando de bienes de primera o segunda necesidad —nos explicará en tono moderado un Feijóo cualquiera— estamos hablando de la libertad del mercado y la libertad del mercado es uno de los pilares del sistema.
Cabría preguntarse de qué sistema nos hablan, porque en un sistema como Dios manda las partes se relacionan entre sí con cierta lógica, de acuerdo con una gramática, cuando lo cierto es que estamos desgramaticalizados. No hay gramática alguna en el hecho de que los salarios no puedan adecuarse a la subida de los precios, no hay gramática alguna en el de que las autodenominadas ‘kellys’ se tengan que desayunar con una ración de antiinflamatorios antes de empezar a hacer camas. No hay gramática alguna en el precio de la vivienda, un bien consagrado en la Constitución. Etcétera. Dirán algunos que sí, que se percibe en esos modos de relación económica una cierta sintaxis. La sintaxis del diablo.
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