Opinión | Oblicuidad
El empate es el resultado ideal para una vida feliz
El empate se asocia con demasiada frecuencia al conformismo derrotista, antesala del hundimiento. Sin embargo, flotar es más rentable y seguro que volar. Para entenderlo, conviene fijar las condiciones de partida. Hannah Arendt refugia bajo el expresivo manto de La mentira en política su convicción de que “la realidad nunca nos presenta algo tan definido como las premisas para las conclusiones lógicas”. La igualada es victoriosa cuando se desconocen las reglas del juego. Quienes presumen de dominarlas son peligrosos, si no criminales.
El empate es el resultado ideal para una vida feliz. La democracia y la diplomacia se basan en ponerse a la misma altura, pero ninguna de ellas ofrece demasiado atractivo a la hora de nuclear la existencia. La victoria y la derrota permiten lanzarse a ciegas, pero el equilibrio exige una negociación a la baja de las expectativas. Esta opción es tan patriótica que viene refrendada por Santa Teresa de Jesús. “Quieran los padres más casar a sus hijas muy bajamente que meterlas en monasterios de costumbres relajadas”. La conseja introducida en El libro de la vida se traducía en que los claustros indisciplinados multiplicaban las ocasiones de pecar, pero puede aplicarse a situaciones laicas en que una supuesta rendición minimiza la incomodidad. En eso consiste el empate.
El instinto de emulación es la versión capitalista del deseo clásico. Keynes define el capitalismo como el milagro de que “las personas más malvadas sobre la tierra lleven a cabo las acciones más abyectas, y el resultado sea el bienestar de la humanidad”. Por tanto, el empate es el mejor resultado dentro de la perpetua transacción que exige la supervivencia, por retirada que se pretenda una biografía. La atención excesiva a los anhelos viene rebatida magistralmente por la misma Teresa de Ávila de antes. “Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas”. En efecto, fue una ironista a la altura de Cioran.
El empate consiste en omitir las plegarias petitorias, en mirar al sol de cara pero con los ojos cerrados. Su principal rival consiste en la pureza peligrosa, que siempre acaba por justificar la eliminación del adversario, en la confianza de que el adversario no haya tenido antes la misma idea. Casi he conseguido convencerme. Salgo de aquí a luchar el empate, porque de momento pierdo por goleada.
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