Opinión | La hoguera

Te han visto en una porno

La tecnología deepfake (en mi cruzada contra el anglicismo, Fundéu me recomienda ultrafalso, pero os dejaré unos cuantos párrafos de margen para acostumbraros) es capaz de reproducir de manera creíble voces y cuerpos, y no hemos tardado ni cinco años en dedicar este asombroso salto en la percepción para las bajadas de bragueta.

Hoy la gente está expuesta a la posibilidad, relativamente sencilla, de que un pajillero remoto utilice un programa para crear vídeos pornográficos creíbles con su rostro y un cuerpo sorprendentemente próximo al original, gracias a la magia combinatoria de los algoritmos.

Así, toda clase de señoras están descubriendo, humilladas y avergonzadas, que corren por internet vídeos y fotografías porno que ellas ni siquiera han protagonizado. “Sales en un vídeo porno” ya era una frase temible con la difusión de cámaras en todas partes, pero ya no hace falta ni grabar.

Podría creer que la certeza de que el vídeo no es real derribaría el erotismo para la mayoría, pero el porno siempre ha sido un espacio de simulación: de orgasmos, de goce, del sexo en general. Por otra parte, en el mundo digital es imposible distinguir algo falso: allí simulamos incluso que tenemos amigos y enemigos. De modo que no sería optimista respecto al corto vuelo de estas falsificaciones. Ya son una amenaza. Tangible, y permitidme la paradoja.

El último episodio ha sido la caída en desgracia de un famoso creador de contenido cuando, en un directo de Twitch, le pillaron viendo ultrafalsos de otras compañeras de profesión. Tenía abierto ese material en una de las pestañas de su ordenador. Las afectadas, claro, rotas. Hoy para violar tu intimidad y machacar tu dignidad ya ni siquiera hace falta que tú participes. Es algo realmente aterrador.

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