Opinión | SHIKAMOO, CONSTRUIR EN POSITIVO

¡¿Un 70% de beneficio más?! ¡Anda ya!

Soy cliente de una compañía española del Ibex-35, líder en el sector de los hidrocarburos. Me venden gas propano y, cuando no tengo otra posibilidad, gasolina y gasóleo. Haciendo una retrospectiva de los últimos tiempos, tuve que soportar continuas subidas, a veces espectaculares, en algunos de sus productos. Ya saben, exactamente igual que ustedes. La excusa era siempre la misma: la carestía, el fuerte incremento de precios en el sector energético a partir de la invasión de Ucrania, y el incremento de los mismos en origen. Uno, sin quedarle más remedio, traga. Ya les digo que esto especialmente en lo relativo al gas propano, donde tengo pocas alternativas. En lo otro, huyo de ellos siempre que puedo.

Ahora se hacen públicas las cifras de tal compañía correspondientes al ejercicio pasado, 2022. Y me quedo atónito y estupefacto cuando veo que los beneficios de la misma se han incrementado ¡un setenta por ciento! Ojo que el dato se refiere a beneficios, no a facturación. Algo verdaderamente insólito en una compañía madura en un sector también muy consolidado. Ellos, intentando blanquear el asunto, hablan de que son beneficios conseguidos a partir de enormes inversiones. No es verdad. Mucho de lo que han aumentado esos números tienen que ver con una espiral de crecimiento de precios poco acordes con el coste real de la mercancía, implicando márgenes verdaderamente gigantes.

Cuando esto te lo dice, además, un consejero delegado que hace poco se supone que cuidaba lo de todas y todos desde la política en primera línea, chirría aún más. No es ilegal, claro que no. Pero queda feo que hable en tales términos. Y esto es así porque, al margen de los beneficios de estas grandes compañías y grandes bancos, estamos en un momento crítico en la economía de España y de los españoles. Con respecto al país, por el enorme volumen de la deuda acumulada y por el peso de su servicio, lo que viene a ser el pago de sus intereses. Y en lo tocante a las personas, por el agravamiento sostenido de la brecha social, con impacto real en la economía de las personas y una desaparición paulatina del segmento económico medio, bastante depauperado ya a estas alturas.

Hace un tiempo, por escribir cosas como estas alguien de un foro, con evidente ánimo peyorativo y ganas de desacreditar, me llamó “perroflauta”. Bueno, tratar de glosar con una etiqueta a cualquiera y a su complejo pensamiento es bastante triste, como cuando otro, a años luz ideológicamente del primero, me llamó “muerto de hambre”. Pero si, además, la formación de uno lleva el aval de algunas de las mejores escuelas de negocios —Esade e Icade— donde también estudiaron muchos de los tiburones que están destruyendo a mordiscos la idea de una sociedad vivible y posible, llama más la atención el apelativo. Y es que vivimos en el país de la descalificación de todo aquel que no comulgue con las ruedas de molino que se nos presentan como elementos separados de una realidad fuertemente cambiante. Y es que beneficios sobresalientes y precios desorbitados forman, en este caso, parte de la misma ecuación. ¿Cómo puede una compañía explicar que sus precios son los que son por la escasez y por lo caro que resulta todo, incluyendo el transporte, y luego contarnos que no solamente ha ganado más que nunca, sino que tal cifra es estratosférica? Esto es solamente comparable a lo que nos cuentan aquellos bancos que han cerrado el grifo al crédito y que no remuneran al ahorrador desde hace años, mientras engordan la cuenta de resultados de forma exagerada, y que premian con bonus desmedidos a sus directivos por ello.

¿Es este el país que queremos? ¿Es esta la retórica, la dialéctica y la estética que nos interesa, como la de un presidente de la patronal que cobra un sueldo obsceno y explica que no se puede subir el salario mínimo? A mí, francamente, no. Creo que podemos vivir todos mejor si el pastel está más repartido, y no lo digo porque yo quiera más, sino incluso menos. Pero entiendo que muchos de mis convecinos y convecinas sí que es preciso que accedan a un mayor nivel de renta y a mayores expectativas, no para enriquecerse sobremanera, sino para poder vivir con tranquilidad. Sin embargo, la tendencia es hoy la contraria. La evolución del índice de Gini en España, que mide la desigualdad, es muy preocupante. Y cuando vemos el impacto de la situación en las personas jóvenes, por ejemplo, aún lo es más.

Esta no es una crítica a un Gobierno o a una Administración central o autonómica, que tienen instrumentos limitados y capacidades relativas. Es una reflexión que traslado al conjunto de la sociedad. A todos sus sectores. Si apostamos por la jungla, o por el “sálvese quien pueda”, sufriremos todos. No se trata de atesorar sobremanera o de jugar a ser el más pillo del patio del colegio. Se trata de edificar algo sólido, donde todos y todas podamos crecer y compartir, entendernos y mejorar. Y con los mimbres que estamos cosechando —energéticas con muchos años en el negocio que ven crecer sus beneficios en tal absolutamente astronómica cifra o bancos, muchos de ellos “rescatados” con dinero público, que no remuneran al ahorrador pero que cobran el crédito a precio de oro y ganan más que nunca— esto se va al traste. No tengan duda de ello. Esto no es economía de mercado. Es economía de “chiringuito”.

Eso sí, ¡Feliz Carnaval!