Opinión | shikamoo, construir en positivo

20 de abril del 90

¿Qué tal están, amigos y amigas? Bienvenidos a esta nueva ocasión que nos brinda la vida para vernos. O, para ser más exactos, al menos para leernos. O, si les parece, quizá para que me lean ustedes y luego, si quieren, elaboren su respuesta. Al fin y al cabo, y pese a quien le pese… ¡viva el diálogo y viva la comunicación! Y es que la mejor forma de evitar el odio derivado de la desconfianza, tan presentes de fondo en muchos de los aspectos de nuestra actualidad, es el conocimiento del otro. El poder analizar sus premisas y presupuestos y, a partir de ahí, la lógica de sus decisiones. Y, para eso, el franco diálogo es nuestra herramienta más potente, ¿no les parece? Sí, yo soy de los que creen que es bueno hablar hasta con las piedras…

Y, en tal tesitura, volvemos a hablar un día como hoy, 20 de abril. No de 1990, como aquel al que aludía la icónica canción de Celtas Cortos, pero también un día 20 del cuarto mes del año, en este caso en 2024. Y lo hacemos con una columna en la que les propongo, precisamente, hablar del paso del tiempo. Un tema muy presente, aparte de en la obra citada, en muchísimos otros ejemplos del arte en cualquiera de sus facetas. En la pintura, en la literatura, en la música, en el cine… El paso del tiempo, tan central en nuestras vidas, y que va tomando cuerpo e importancia conforme cumplimos años… Nos damos cuenta de que el tiempo, como explicó Ortega y Gasset, es una variable que, dramáticamente, discurre únicamente en un sentido. En el otro no.

Si toman ustedes cualquier punto del cono de su espacio-tiempo, verán que han podido moverse de un lado a otro en el espacio pero nunca en el tiempo, salvo hacia adelante. Y es que, fuera de consideraciones relativistas y en un mundo netamente macroscópico, siempre la variable tiempo habrá acumulado segundos en sus vidas. Segundos que les honran, que les hacen sabios y que les sirven como crédito de vivencias, experiencias y, de alguna forma, también de conocimiento aprendido. Pero segundos que a veces se entienden en esta sociedad líquida y posmoderna como un lastre, como una costra, como algo que merece la pena ser escondido o, incluso, apartado… Craso error, desde mi punto de vista.

A algo de todo ello se refiere, supongo, el amigo que le canta a la chica preguntándole qué tal está y recordando aquellas vivencias con amigos en la Cabaña del Turmo, un precioso lugar en el Pirineo, en el valle de Benasque. Al paso del tiempo, quizá entremezclado con algo de amargura por lo que pudo haber sido y, al final, no fue. Porque, más allá del amor o del enamoramiento, hay mucho también en tal pieza de lo que el mismo Jorge Manrique nos evoca en las muy diferentes Coplas a la muerte de su padre. Una sensación muy humana y universal de pérdida del referente temporal, cada vez más acuciante, que podemos encontrar abundantemente en la literatura escrita en muy diferentes épocas y lugares del mundo, de Whitman a Góngora o Quevedo. O, como decíamos antes, en muchas otras representaciones artísticas…

No hay antídoto para el paso del tiempo, queridos y queridas, y mucho menos para mitigar su percepción. Y así como un día pudimos evocar el 20 de abril de 1990, en otro momento la jornada que estará en nuestra memoria en un hipotético futuro será la del día de hoy, en lo que es una eterna cadena temporal trufada de nuevas presencias y ausencias, las nuestras…

Cuídense y que los días que nos toquen, los que sean, les resulten propicios. Surfeen ustedes con el paso del tiempo y, ante la imposibilidad de detenerlo, ríanse de él… Conviértanlo en una oportunidad, alejando así el verlo como un problema. Y hagan también de la nostalgia, virtud. La que nos retrotrae a lo vivido y a lo compartido con otros, en una ensoñación casi mágica que se proyecta en el presente, y que quizá dé pie a un posible futuro... Como en el bello tema de Celtas Cortos que hoy glosamos en este texto, y que habla de otro 20 de abril que también un día fue presente...