Opinión | crónicas galantes

Cosas de casa en el Gobierno

“En mi casa soy yo el que manda”, solían jactarse los misóginos de antaño para reafirmar su autoridad en las barras de los bares. A la señora le dejaban, según ellos, encargos menores como el presupuesto mensual, la priorización de gastos, el colegio de los niños y la elección del lugar de vacaciones. “Y tú, ¿qué haces?”, le preguntaban inevitablemente sus contertulios al cabeza de familia. “Yo”, respondía el así ofendido, “me ocupo de la política internacional, por supuesto”.

Aunque se trate de un chiste más o menos gracioso, lo cierto es que ese reparto de papeles recuerda bastante al asumido por el matrimonio de partidos que alumbró el actual Gobierno de España.

A Podemos, contrayente minoritario, se le adjudicaron competencias menores y hasta anecdóticas. La igualdad, el consumo, los asuntos sociales y quizá también el departamento de papiroflexia, si lo hubiere. De los ejércitos, la política de Exteriores, la economía, la Justicia, la Hacienda, el orden público, la industria, la agricultura y otras cosas de comer se ocupa, lógicamente, el PSOE que manda en casa.

Los que más salen en los papeles, sin embargo, son los de Podemos. Apenas pasa día sin que se hable de alguno de los numerosos planes legislativos que urden y presentan al Congreso para ordenar la moral —es decir: las costumbres— de la ciudadanía.

Unas leyes pisan a las otras con tal rapidez que, aún sin agotarse los ecos de la polémica sobre la del sí es sí, se abre ya una nueva a propósito de la que atañe al transgénero. Cuando una y otra pierden fuerza en los telediarios, no faltará una reforma del aborto o nuevas disposiciones sobre el bienestar de los animales para mantener la cuota de pantalla.

Harto de que le chupen cámara, el grupo mayoritario de gobierno ha comenzado a expresar su irritación. No comprenden sus portavoces cómo es posible que, con tan pocas facultades reales, sus socios den tanto que hablar.

Todo tiene su lógica. Aunque los grandes ministerios estén en manos del PSOE, el margen de decisión sobre los asuntos que en teoría gestionan es casi tan limitado como el del cabeza de familia que en su casa decide sobre la política internacional.

España, como cualquier otro país de la UE, ha delegado una notable porción de su soberanía en organismos transnacionales. La moneda es cuestión de un banco con sede en Fráncfort, por ejemplo; y las medidas de política financiera se adoptan en Berlín, aunque sea el Gobierno de Madrid (el de Sánchez; no el de Ayuso) el encargado de ejecutarlas. Las tareas de Defensa, obviamente, dependen en muy grande parte de los planes de la OTAN.

Queda para consumo doméstico la legislación en materia de costumbres, que es precisamente la que toca a la parte minoritaria —pero muy ruidosa— del Gobierno. De ahí que los ministros de Podemos se empleen a fondo en regular las relaciones de pareja y otros temas conexos, sin olvidar a las mascotas.

Nadie podrá reprochárselo, aunque Sánchez lo haga. Si acaso, se echa de menos una mayor producción legislativa sobre el deporte y, en particular, sobre el fútbol y los arbitrajes, que ese sí es asunto de interés general.

Contra toda lógica, ese negociado deportivo de pedrea se lo quedó el PSOE, parte contratante de la primera parte. Con la de leyes que habría hecho ya Podemos.

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