Opinión | Inventario de perplejidades

Periodismo bajo la nieve

Tal parece que el termostato del clima se ha estropeado definitivamente. Dos días hace un frío de aquellos que llamábamos “siberiano”, y tres días después apetece abanicarse para espabilar el calor.

Al final de octubre, en el noroeste extremo, empezaban a entrar las grandes borrascas, lo que los marinos conocen por el “tren canadiense”. Cabalgaban en sucesivas oleadas desde la costa de Terranova hasta darse de bruces con el Finisterre gallego. Y todo ello con perfecto orden. Primero soplaba un viento cálido del suroeste, después rolaba el aire al oeste ya fresco y, por último, un mar bravo empujando del noroeste festoneaba de espuma la costa obligando a la flota pesquera a refugiarse en el puerto y al común de los ciudadanos a recurrir al paraguas y al chubasquero para defenderse. Gaivotas en terra, mariñeiros á merda, sentenciaba el dicho popular.

Un verano asfixiante de calor, un otoño y un invierno primaverales parecen haber convencido a buena parte de los negacionistas del cambio climático sobre la necesidad de tomar medidas y corregir el rumbo antes de que sea demasiado tarde. Todo eso, sin renunciar a las terrazas al aire libre, ni a los inmensos cruceros turísticos, ni a las talas de árboles en el Amazonas, ni a la pasión exagerada por el fútbol, ni al objetivo primordial de celebrar un festival de cine en cada pueblo o aldea, ni a dar alaridos para hacerse entender en el interior de una discoteca.

Estábamos pasando las últimas hojas del calendario del último milenio que publiqué un artículo sobre el frío que hacía por estas fechas, y especialmente en Teruel. “Es un frío —decía yo— que nos va mondando tranquilamente el abrigo, la chaqueta, el jersey, la ropa interior y las calorías acumuladas, hasta dejarnos con la sensación desnuda de miserabilidad que debe de tener el corazón de la manzana cuando se queda en carnes. En España, el frío tiene una dentellada de lobo que siempre nos coge desprevenidos”.

De aquel tiempo a este hay una apreciable mejora en medios materiales y humanos empleados en la limpieza de la nieve y en las ayudas a gente aislada, transportistas, ganaderos, enfermos y cualesquiera otros que precisen de auxilio. Los más damnificados por el frío y la nieve fueron los corresponsales de las cadenas de televisión. Daba una cierta pena verlos ateridos de frío y con un micrófono en la mano aguardar a que los llamasen los conductores de los programas para dar noticia sobre cualquier cosa que le pareciese de algún interés. La fiel infantería a pie formando parte del paisaje y los conductores de los programas confortablemente instalados en el estudio principal y dando órdenes a la tropa.

En aquel artículo del fin de milenio hacía unas reflexiones sobre el frío y de forma especial sobre el frío de Teruel y sobre la batalla que se dio allí durante la Guerra Civil. Muchos soldados murieron congelados, algunos aferrados al volante de un camión. Nadie contaba con que hiciese tanto frío.

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